El libro, que en poco más de un mes desde su publicación va ya por su segunda edición, parte de la pregunta de si podemos hablar de una espiritualidad cofrade. Así el autor en el primer capítulo escribe que «vista la heterogeneidad de los creyentes que integran el mundo cofrade surge la pregunta de si existe una espiritualidad que pueda aglutinar a todas las personas que, de una u otra manera forman parte de las cofradías de Semana Santa o si, por el contrario, se trata de un objetivo demasiado pretencioso» (Pág. 27).
La respuesta es afirmativa, podemos hablar de una espiritualidad cofrade. A lo largo del libro, Dani va recorriendo los elementos que componen esa espiritualidad. Partiendo de la comunidad, elemento central y esencial de lo que son las hermandades y cofradías, nos lleva de la mano por un camino en el que marca dos hitos centrales en este fenómeno religioso: la devoción a las imágenes y la procesión. Como buen hijo de san Ignacio concluye el escrito haciendo un examen ignaciano de la realidad cofrade.
La religiosidad popular, fenómeno en auge en nuestra Iglesia, paradójicamente convive con la secularización galopante de sociedades que hasta hace no pocos años se autodefinían como cristianas. El esfuerzo de muchos grupos cristianos por atraer a jóvenes se ve descompensado y desbordado por la facilidad con la que las hermandades y cofradías consiguen congregarlos. Ante el recelo y las miradas de sospecha que esta realidad han despertado en parte del clero, el autor nos propone una mirada profunda que capte toda la vida que se abre paso en una realidad eclesial en la que los laicos son los protagonistas. El autor no es ajeno a los peligros y tentaciones que también se presentan en el mundo cofrade. Sin embargo, va más allá de ellas para descubrir la fe que surge en y de las hermandades.
El lector del libro intuirá que se dejan muchos temas apuntados que podrán ser desarrollados con una mayor profundidad por el autor en los próximos años pues sus páginas son el resultado de la combinación de la vivencia y la reflexión teológica de Daniel. «…al concluir la procesión, cuando los pasos quedan en la Iglesia, los cofrades son enviados a proclamar la Buena Noticia en los lugares en los que estos se mueven normalmente y con la gente que se crucen. Comienza de este modo otra procesión, más discreta y menos visible. Una procesión que, tomando sus fuerzas en la oración, las celebraciones, la experiencia de comunidad y las procesiones de Semana Santa, sale al mundo todos los días llevando a Dios consigo. Una procesión que va por dentro». (Pág. 239).