El texto que hoy te proponemos ayuda a responder con un lenguaje fresco y joven, comprometido también, a lo que sostiene nuestra fe sin dejar de ser contemporáneos de nuestro tiempo. Porque el credo no es sólo un catálogo de afirmaciones que compartimos con otros en la eucaristía, ni unas cuantas cosas que decimos de Dios y de la Iglesia, es, sobre todo, una manera de vivir que afecta a lo cotidiano, que nos ayuda a entender el mundo, a quererlo con todas nuestras fuerzas y a construirlo como el hogar que el Padre soñó.
«Creer algo es saber que es verdad. Creemos en la bondad, a pesar de que el mal parece efectivo. Creemos en el amor porque extrae lo mejor de nosotros mismos, mientras que el odio se alimenta de nuestra pequeñez. Creemos en las personas porque nos nutrimos de su relación. Creemos en lo espiritual, simplemente porque en todo corazón humano alienta el sentimiento de que lo material no es suficiente para explicar el sentido de la infinitud de la vida. La fe tiene el mismo tipo de certeza que la verdad… La fe no es una argucia para librarnos de las exigencias de la vida. Dice el relato sufí: “Hay quienes dicen en invierno: no voy a ponerme la ropa de abrigo. Confiaré en que Dios me mantenga caliente. Pero olvidan que el Dios que hizo el invierno dio a los seres humanos el poder de protegerse de él”. Creer no es alimentar una fantasía. Creer no es una excusa para la irracionalidad. La fe no son estratagemas para controlar a Dios. Creer es una base para el desarrollo personal y un mapa topográfico de la vida que señala un camino a través de valles y llanuras, de ríos embravecidos y de vastos océanos. La fe hace de la vida más una búsqueda que un lugar… La fe es lo que nos permite sopesar nuestras opciones a la luz de lo que es efectivamente real, de lo que es verdad importante en la vida y, en última instancia, de lo que nos permite seguir luchando»