La historia de Sofía, nuestra protagonista, y su familia sobrecoge desde el principio. Su poblado, una aldea de Mozambique, es objeto de una invasión de guerreros que acaban incendiando todas las casas y matando a todos los habitantes, incluido su padre. Lo que sigue es una huída desesperada de una madre y sus tres hijos y un empezar de cero en otro poblado, lejos del suyo. Por si esto fuera poco, la guerra se va a cebar de nuevo con nuestra protagonista al explotarla una granada cuando iba camino de la escuela con su hermana. A la pobreza y el exilio de antes se les suma el tener que empezar una vida sin su hermana María, muerta por la explosión, y sin piernas. ¿Qué hace posible que una niña de apenas doce años desafíe todas las penalidades y desgracias que la suceden? El secreto de su fortaleza se esconde en las llamas del fuego con el que conversa cada noche.
“Sofía estaba sentada mirando las llamas. Y ahora aparecían todas las caras con claridad. Ahí estaba Hapakatanda. De pronto Sofía pudo verse a sí misma de muy pequeña. La levantaban muy alto por encima del suelo y Hapakatanda le enseñaba el sol. Ahí estaba Muazena, ahí estaba María. Sofía pensó que quizá no importaba mucho estar vivo o muerto. De todos modos pertenecías a la misma familia. [ ] Ahora comprendía cuál era el secreto del fuego…”.