Todas las historias tienen algo que decirnos. Adentrarnos en las historias de otros nos pueden ayudar a descubrir en nosotros matices vivenciales que nos sobrecogen y que nos alientan. Las vidas contadas que presenta Lahiri en estos relatos están cargadas de cotidianidad. Discurren entre las calles de EE.UU. y de la India, vidas que traspasan culturas y generaciones. Describen, en cada una de ellas, un mundo emocional, donde se descubre un lenguaje que es universal y entendible para todos. ¿Quién no ha tenido un conflicto en su vida? Gran parte de las historias que se narran aquí tienen que ver con la narración profunda y preciosa de conflictos humanos: entre parejas, entre padres e hijos, entre unos y otros, que buscan solucionarse de forma serena y alcanzar de alguna manera, el mejor modo de ser felices. Lo que enrice esta obra es la capacidad para adentrarse en la interioridad de gente cualquiera, la de todos los días, que viven el dolor, la alegría, el matrimonio y la familia, que pasean y trabajan. Podemos encontrar en estas preciosas páginas vivencias con las que emocionarnos y dejarnos llevar para cuestionar nuestras vidas. Tenemos que ser capaces de generar dinámicas que nos ayuden a alcanzar una felicidad más allá del dolor. Interpretar lo que sentimos se convierte en un auténtico reto.
«Al final, saqué una tableta de chocolate blanco de la caja, la desenvolví y luego hice algo que nunca había hecho. Me puse un trozo de chocolate en la boca y dejé que se ablandara durante el mayor tiempo posible, y sólo entonces lo mastiqué despacio y recé para que la familia del señor Pirzada estuviera sana y salva. Nunca había rezado por anda, nadie me había enseñado a rezar ni me había instado a hacerlo, pero decidí que, dadas las circunstancias, era lo que debía hacer. Aquella noche cunando fui al cuarto de baño, sólo fingí lavarme los dientes, porque temía que si me enjuagaba la boca, también enjuagaría mi plegaría.» (p 45)