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 Van Gogh escribió la última carta a su hermano Théo un domingo. Salió a los campos de trigo de Auvers armado con un revólver y se disparó en el pecho.

Recorrer la senda de estas cartas significa aventurarse de puntillas en las dos pasiones que atravesaron y marcaron la existencia de van Gogh: su fervor religioso, que se irá separando gradualmente del protestantismo institucional para convertirse en una exhortación a favor de los menesterosos y el arte contemporáneo. “Pintar la vida de un campesino es un asunto serio y me sentiría culpable si no procurase hacer cuadros que despierten serias reflexiones”. En estas cartas están las crisis personales y espirituales, los incesantes apuros económicos, las esperanzas, las decepciones, los hallazgos y la pasión constante de Van Gogh por la creación y la pintura. La presente selección de la correspondencia del artista nos permite asomarnos a una experiencia vital tan fascinante como sobrecogedora: “dibujar es luchar por atravesar un invisible muro de hierro que parece alzarse entre lo que sientes y lo que eres capaz de hacer…”. No es una “lectura espiritual” al uso, sino para personas mordidas por esta misma doble pasión: internarse en los misterios de la creación es siempre acabar mirando fascinados al Dios creador… 

 “Estoy siempre inclinado a creer que el medio de conocer a Dios es amarlo mucho. Ama a tal amigo, tal persona, tal cosa, lo que tú quieras, y estarás en el buen camino para saber más después, he aquí lo que me digo. Pero hay que amar desde una alta y seria simpatía íntima, con voluntad, con inteligencia, y hay que tratar de saber siempre más y mejor. Esto conduce a Dios, esto lleva a la fe inquebrantable. Alguien, para citar un ejemplo, amará a Rembrandt, pero seriamente sabrá que hay un Dios y creerá en él”.

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Editorial

Paidos Ibérica

Año de publicación

2009

Páginas

457

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