Esta historia nace de un diario. Y de algunas cartas. Es el relato de un aprendizaje humano, de unas vivencias profundas, de episodios cotidianos en un contexto difícil. No esperes una narración heroica o mitificadora. Lo mejor de Gary Smith es su lucidez para contar lo que vivió. Su honestidad para compartir sus propios aciertos y errores, resistencias y lecciones (reacciones que cualquiera de nosotros podría tener si nos vemos enfrentados con situaciones difíciles). Y su humanidad y ternura para ayudarnos a entender la vitalidad increíble de los hombres y mujeres con los que se encontró en Uganda. Una invitación a la esperanza, que late más fuerte allá donde podría parecer ausente.
«Un buen día, una de estas madres, Mary Kenyi, vino a verme, cubierta de andrajos. Ella solía acudir a mi pidiéndome frijoles o trigo, y a veces una manta. No tiene nada, ni siquiera un hijo o una hija que vaya a hacerse cargo de ella en su ancianidad. Todos sus hijos y su marido murieron en la guerra civil de Sudán. Vi cómo se acercaba a mí, apoyándose en un largo bastón, mientras yo conversaba con un miembro del personal fuera de nuestro complejo. Pensé entonces para mí, quizás con una cierta irritación: «¿Qué vendrá a pedirme hoy…?» Ella portaba una pequeña bolsa de plástico que tendió hacia mí, a la vez que me obsequiaba con una sonrisa que habría cautivado el corazón del ser más despiadado. En la bolsa había un regalo para mí Tres huevos » (129)