Anda el patio revuelto con esto de la “renacida fe de los jóvenes”. Ni tanto ni tan calvo, ¿no? Quiero decir que jóvenes creyentes no ha dejado de haber nunca. Es verdad que en las últimas décadas -al menos en España- no era lo más habitual, ni sociológicamente lo más fácil. La tentación inmediata era estar de vuelta sin haber ido. Lo religioso -al menos culturalmente- era ignorado, incomprendido y a veces ridiculizado, y esto llevaba a una mayoría de personas -jóvenes y adultos- a alejarse de esa religión que veían como algo ajeno.  La fe parecía ser algo “superado”, “antiguo” o muy minoritario. Ahora, sin embargo, parece que se vuelve a visibilizar entre los jóvenes, con su presencia en iconos culturales, testimonios sin complejos en redes sociales, y también, ¿por qué no decirlo? con una cierta ambigüedad generada por haberse convertido en un nicho para el marketing (con el adjetivo religioso detrás).

No creo que haya que pensar ahora que estamos asistiendo a un renacimiento espiritual y una conversión milagrosa; pero tampoco creo que haya que ponerlo todo bajo sospecha por el hecho de que las modas -ya veremos si esto de ahora lo es- nacen con un horizonte de caducidad, pues en su propia definición está el ser perecederas y pronto suplantadas por una nueva dinámica. Tampoco me considero con autoridad para opinar sobre la hondura y la autenticidad de la fe de quienes ahora la proclaman. ¿Quién soy yo para saber hasta dónde llega y cómo marca sus vidas la fe que expresan otras personas, si a veces no entiendo ni la mía propia?

Lo que me parece, en todo caso, es una oportunidad. Una oportunidad para dar a conocer el evangelio. Creo que todo el ruido puede ser un envoltorio -que habrá que apartar- tras el que se encuentra la Palabra. Que muchas celebraciones un tanto folclóricas pueden ser el punto de partida para vivencias más personales. Que muchas afirmaciones quizás despierten el afán de saber y comprender en generaciones que -eso sí lo veo- están hartas de ser tratadas como consumidores con muchas hormonas y poca inteligencia, y quieren acercarse de otro modo a la realidad. En definitiva, me parece que es una puerta ancha, que no está mal como primer paso, sabiendo que después llegará la puerta estrecha, cuando la emoción se vuelva Pasión; cuando la felicidad propuesta no sea la del subidón, sino la de la bienaventuranza; cuando el amor consista más en darse que en realizarse; y cuando la llamada pida una respuesta concreta, comprometida y vocacional.

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