«Cuando el sujeto salta, en un repentino estallido de energía, supera la gravedad, no puede controlar a la vez sus expresiones, sus músculos faciales y las extremidades. La máscara cae».

Esta es la conclusión a la que llegó el fotógrafo Philippe Halsman (1906-1979), quien se dedicó durante muchos años a fotografiar a multitud de personas saltando –algunas de ellas grandes celebridades como Marilyn Monroe, Salvador Dalí, Aldous Huxley, Brigitte Bardot, Ava Gardner o los duques de Windsor–. A su particular estilo lo llamó humorísticamente saltología.

Contemplar las sugerentes y divertidas fotografías de Halsman es un ejercicio entretenido y meditativo, porque en cada una de ellas encontramos una pregunta sobre qué es lo que expresa la persona en el aire en el preciso instante en que la cámara la fotografió. Parece como si el dinamismo y la expresividad de esos cuerpos estimulasen y elevasen la imaginación del espectador.

Otra pregunta que suscitan es si la máscara que llevamos puesta podría caer de otro modo, sin necesidad de saltar ante una cámara. La respuesta es evidente: claro que sí; por ejemplo, cuando irrumpe de forma inesperada un acontecimiento que trastoca el orden establecido. El ejemplo más reciente lo tenemos en la pandemia provocada por el covid-19, que nos ha afectado a todos, sin excepción, descolocándonos.

Francisco expresó una idea similar, en plena pandemia, aunque con otro lenguaje: «la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. […] Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos».

Los periodos de crisis son tiempos duros, de prueba, pero también tiempos de manifestación, de revelación, que debemos aprovechar. Son tiempos en que se muestra la verdad. Francisco ha recurrido en la última de sus encíclicas, Fratelli tutti, a una de las parábolas más famosas del evangelio, la del buen samaritano, para invitarnos a dejar caer las máscaras y soñar la fraternidad universal. Con esa vieja historia y sus cinco personajes intemporales nos recuerda que, ante el prójimo herido, nos retratamos manifestando quiénes somos.

Las parábolas nos hacen saltar, como las fotos de Halsman, pero con la imaginación. Nos hacen preguntarnos cómo reaccionaríamos en una situación así. En ambos casos –en la contemplación de la foto y en la meditación de la parábola– se da un proceso de revelado donde se muestra lo que llevamos dentro.

Una revelación no tan distinta de la saltología de Halsman, porque ambas precisan de una acción. «Cuando le pides a una persona saltar, su atención está sobre todo dirigida al acto, la máscara cae y la persona real aparece», afirmaba el fotógrafo. «Cuando le pides a una persona ir a la viña, poner en juego sus talentos, alegrarse por el otro o cuidar al herido, las máscaras caen y las personas reales aparecen», afirmaría Jesús.

Te puede interesar