Spes non confundit (La esperanza no defrauda) nos invita a reflexionar profundamente sobre la virtud de la esperanza en nuestra vida y en nuestra sociedad. En un momento donde persisten incertidumbres, divisiones y crisis globales, este Jubileo es una llamada urgente a renovar nuestra confianza en el amor de Dios.

La esperanza cristiana no es una ilusión ingenua ni un refugio ante la adversidad. Es una fuerza interior que se arraiga en la certeza de que el Evangelio es testimonio actual. Como señala el Papa Francisco, “la esperanza nos pone en movimiento” y nos anima a ser protagonistas de la historia, incluso en las situaciones más desafiantes. Este Jubileo nos obliga a cuestionarnos qué significa esta palabra para nosotros… San Isidoro de Sevilla, en sus Etimologías, dice que la esperanza viene a ser “como el pie para caminar, porque allí donde faltan los pies no hay posibilidad alguna de andar”.

El Papa nos recuerda que la esperanza no puede quedarse en palabras o sentimientos. Debe traducirse en acciones concretas que iluminen el presente y abran caminos hacia un futuro mejor, lo cual requiere valentía. La esperanza también nos interpela como comunidad. No podemos vivirla de manera aislada, sino que nos llama a construir juntos una sociedad más justa y solidaria. Este Jubileo es el momento oportuno para ser testigos de esperanza para quienes han perdido la suya; ser espacios de reconciliación, perdón y paz en nuestros entornos.

En 2025 cruzar la Puerta Santa no debe ser un simple gesto, sino un símbolo del paso hacia una vida renovada por la esperanza. La verdadera novedad de este Jubileo radica en su capacidad para sacudirnos, para transformar nuestra mirada hacia el mundo y hacia Dios.

Hoy, más que nunca, necesitamos la esperanza que no defrauda y transforma. La cuestión es: ¿Nos atreveremos?

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