Hablamos hoy de la consolación, que sería la luz del alma, y que es otro elemento importante para el discernimiento […]. ¿Qué es la consolación espiritual? Es una experiencia de alegría interior, que consiente ver la presencia de Dios en todas las cosas; esta refuerza la fe y la esperanza, y también la capacidad de hacer el bien. La persona que vive la consolación no se rinde frente a las dificultades, porque experimenta una paz más fuerte que la prueba. Se trata por tanto de un gran don para la vida espiritual y para la vida en su conjunto. Y vivir esta alegría interior.
La consolación es un movimiento íntimo, que toca lo profundo de nosotros mismos. No es llamativa, sino que es suave, delicada, como una gota de agua en una esponja. La persona se siente envuelta en la presencia de Dios, siempre de una forma respetuosa con la propia libertad. Nunca es algo desafinado, que trata de forzar nuestra voluntad, tampoco es una euforia pasajera: al contrario, como hemos visto, también el dolor –por ejemplo, por los propios pecados– puede convertirse en motivo de consolación.
[…] La consolación tiene que ver sobre todo con la esperanza, mira hacia el futuro, pone en camino, consiente tomar iniciativas hasta ese momento siempre postergadas, o ni siquiera imaginadas. La consolación es una paz grande, pero no para permanecer sentados ahí disfrutándola, no, te da la paz y te atrae hacia el Señor y te pone en camino para hacer cosas, para hacer cosas buenas. En tiempo de consolación, cuando somos consolados, nos vienen ganas de hacer mucho bien, siempre […].
La consolación espiritual no es «controlable» –tú no puedes decir ahora que venga la consolación, no, no es controlable– no es programable a voluntad, es un don del Espíritu Santo: permite una familiaridad con Dios que parece anular las distancias […]. La consolación es espontánea, te lleva a hacer todo espontáneo, como si fuéramos niños. Los niños son espontáneos, y la consolación te lleva a ser espontáneo con una dulzura, con una paz muy grande (…). Con esta consolación no nos rendimos frente a las dificultades […].
La consolación nos hace audaces: cuando estamos en tiempo de oscuridad, de desolación, y pensamos: «Esto no soy capaz de hacerlo». Te abate la desolación, te hace ver todo oscuro: «No, yo no puedo hacerlo, no lo haré». En cambio, en tiempo de consolación, ves las mismas cosas de forma diferente y dices: «No, yo voy adelante, lo hago». «Pero ¿estás seguro?». «Yo siento la fuerza de Dios y voy adelante». Y así la consolación te impulsa a ir adelante y a hacer las cosas que en tiempo de desolación tú no serías capaz; te impulsa a dar el primer paso. Esto es lo hermoso de la consolación.
(Papa Francisco, Audiencia general del miércoles 23 de noviembre de 2022)