Unos segundos, unos minutos, unas horas…quizás siglos de silencio sean necesarios para procurar honrar la memoria de todos aquellos que han sentido el peso inconmensurable de la violencia. ¡Cómo duelen los rostros de los inocentes machacados por el peso de los poderosos!
Toda herida precisa un cuidado singular, que requiere tiempo y los medios necesarios para que la cicatrización sea eficaz. En este sentido, cuando los seres humanos nos disponemos a la experiencia de sanación de una herida, resulta inevitable prepararse en verdad al proceso mismo. Si nos han herido es preciso disponerse para que la sanación suceda, de acuerdo, claro está, a nuestro propio ritmo corporal y espiritual.
Recientemente tuve el gozo de visitar un Hospital con motivo de una sesión de risoterapia alentada por los voluntarios de Dr. Clown. Allí pude sentir la renovada urgencia de visitar los hospitales. Sí, los dolores siguen y parecen más agudos, las lagrimas corren por las mejillas, los lamentos de incomprensión y los silencios que ocultan los dolores nunca dichos. Entonces, me llegó una intuición que nunca había sentido con una fuerza tal: hoy día el cuerpo de Cristo sigue herido. Sí, su piel está herida, de él mana sangre a borbotones, hay azotes, se escuchan Requiems y los crucificados parece que se expanden sin freno. Sin embargo, la esperanza y la fe crecen con más fuerza: ¡Jesús curó como el que más! El Nazareno, curó sin ataduras interiores y externas, fue capaz de solidarizarse con aquellos heridos de su tiempo. Sus entrañas encendidas por tanto amor por lo frágil lo llevó a re-conciliar. Claro está, hoy día al contemplarlo, podemos sentir que su fuerza curativa se fundaba en la mirada de total bondad, ternura y cariño por quienes sufrían.
Hace varios años, le escuché a la Sra. Inés, víctima de la guerra colombiana -en San Pablo del sur de Bolívar lugar donde la violencia arrasó con la vida de inocentes-: «solo Jesús nos puede sanar las heridas tan profundas que nos ha causado este conflicto». Ciertamente, Inés, como otras mujeres y hombres en el mundo, se han encontrado en lo secreto de su corazón con el médico Jesús. Y allí en ese silencio sagrado se ha restaurado toda herida, toda rajadura o aplastamiento. Sí, el mismo Jesús el hombre sencillo, despojado, amoroso y reconciliador de Nazareth.
Entonces, nos urge escuchar la voz del Crucificado en los crucificados de nuestro tiempo. Quizás nos sorprenderá descubrir que su voz sea, al mismo instante, la del Resucitado que trae la reconciliación y la paz. Confiemos en que tanta división y violencias absurdas cesarán.
Conviene preguntarle, en nuestro silencio: ¿cómo estás sanando Jesús, cómo te podemos ayudar?
«Dedicado a los niños y niñas víctimas de toda guerra absurda»