También yo, nosotros, tenemos un corazón de carne. A veces se endurece un poco. En unas ocasiones es por miedo al dolor. En otras por la propia historia, que nos hace fríos o inseguros. Pero, al final, es de carne, y late, y vibra y se estremece o se enamora y es corazón amante y amigo y hermano y prójimo. Y solo cuando nos dejamos ser así vivimos auténticamente encarnados (palabra que quiere decir con los pies en la tierra, en la hondura de la vida). Y solo así aprendemos a acoger, a acompañar, a estar dispuestos para cuidar a otros, a muchos, ojalá a todos… Y ahí, en la ternura, somos de verdad personas, humanos e imagen tuya, Señor.
¿Qué personas me hacen experimentar esa tranquilidad, esa acogida, ese ser refugio?
¿Soy yo con mi vida hogar para otros?
¿En qué actitudes se refleja, en mi vida, la ternura?
Yo no sabría decirte por qué amo
Yo no sabría decirte por qué amo
a todos los niños muertos,
a todos los ancianos
y a todos los enfermos.
Puede ser que mi alma sea tan blanda
que me la curve el viento.
Puede ser que yo escuche
la soledad de los que están muriendo.
Yo amo simplemente, hermana mía,
como si amar fue mi oficio eterno.
En este mismo instante yo te amo.
Amo tu voz, tu amor, tu pelo,
y sin embargo no sabría decirte
por qué llevo tu rostro
calado entre mis huesos...
Yo amo simplemente, hermana mía,
como si amar fuera mi oficio eterno.
(Jorge Debravo)