En los impresionantes y centenarios bosques de coníferas de la península de Olimpia, la vegetación es tan densa que los incipientes árboles crecen encima de los caídos. Así, a pesar de haber muerto, estos gigantes nutren al resto; se convierten en las raíces de los nuevos. Siguen dando vida.

En la otra punta de Estados Unidos, Jon Rahm también se vistió de verde tras ganar el Masters de Augusta. Su juego fue soberbio, metódico, casi podríamos calificarlo como clínico. Pero, sobre todo, destacó por su serenidad y madurez mental hasta el último golpe –que nos recordaba a lo mejor de Rafa Nadal–.

El de Barrika recoge el testigo de los otros tres campeones españoles en el Masters: Seve Ballesteros, José María Olazábal –que fue uno de los primeros en abrazar al terminar– y Sergio García. Conmovido, alzando la cabeza hacia el cielo, estaba convencido de que Ballesteros le animó durante todo el recorrido. Tenía que ser ese día, decía, en el 40 aniversario de su victoria, en lo que hubiera sido su cumpleaños y en domingo de Resurrección.

El ciclo de los árboles olímpicos se repitió en Augusta. Los gigantes «nunca mueren». Inspiran, alientan y sustentan el crecimiento de los siguientes.

Jon, continúa ganando por Seve.

 

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