Los obispos españoles han elegido a su secretario general para los próximos cuatro años y, de inmediato, se le han colgado unas cuantas etiquetas a quien se encargará del funcionamiento ordinario de la Conferencia Episcopal, monseñor García Magán. Este, con habilidad diplomática que le da su oficio, se ha salido por la tangente devolviendo a los periodistas que trataban de etiquetarlo con una pregunta retórica sólo en la forma: «El Evangelio, ¿es progresista o conservador?». Que conteste quien pueda. O quiera quiera estrellarse.
Estos días de reunión plenaria del episcopado español han saltado a la palestra los asuntos habituales que manejan los medios de comunicación. Hay quienes han visto, con bastante mala baba, una contradicción en la apelación que el cardenal Omella hacía a la falta de rigor científico –contrapuesto al despliegue de la fe, se supone– para atacar la Ley Trans que prepara el Gobierno; hay quienes echan en cara a los obispos una irrelevancia política añorando tiempos pasados en los que el liderazgo era mucho más marcado; por último, hay quienes reprochan que la lucha contra los abusos sexuales en la Iglesia no haya llevado a los prelados a un gesto público de compasión con las víctimas. Podríamos seguir detallando razonamientos que, de una manera u otra, buscan mover las voluntades episcopales en una dirección u otra. En apoyo de sus tesis o sus ideas preconcebidas, claro.
La experiencia personal de los católicos españoles coloca con igual facilidad sus etiquetas sobre sacerdotes, párrocos, religiosos, movimientos eclesiales, realidades de la Iglesia, prelados y papas, por supuesto. Todo lo medimos con criterios demasiado humanos, como si la Iglesia fuera exclusivamente una realidad mundana con sus pasiones y sus luchas que empujan en una dirección concreta y reconocible.
La cosa cambia cuando se examina la vida de la Iglesia a la luz del Espíritu Santo. Que conduce, guía, hace tropezar y levantarse a su Iglesia de un modo inefable que ni sabemos explicar. Y del rojo y el azul (no se me alborote nadie, son los colores de los bandos enfrentados en los mapas militares) pasamos a una rica gama de tonalidades que contiene en sí todos los colores. Pues sí, yo tampoco sabría con qué color etiquetarme, cómo lo voy a hacer con quienes rigen la Iglesia española…