Algunos cristianos se preguntan por la verdad de los relatos bíblicos. Esta pregunta constituyó un problema durante el siglo XIX, ante el avance de la ciencias físico-naturales y los descubrimientos arqueológicos. A título de ejemplo, ¿podía considerarse verdadero que Dios creara el mundo en seis días como dice el Génesis (Gen 1, 1-2,4)? ¿podía considerarse verdadero lo que dice el libro de Jonás al afirmar que Nínive era una ciudad inmensa que hacían falta tres días para recorrerla (Jon 3, 3), cuando, una vez descubierta, se constató que se podía recorrer en una mañana?
La confrontación de los textos bíblicos con las ciencias naturales y con la historia constituyó un problema en el siglo XIX, cuestión que entró en vías de solución ya con la encíclica Providentissimus Deus (1893) de León XIII y quedó solucionada definitivamente en la encíclica Divino afflante Spiritu (1943) de Pio XII.
La fe cristiana considera que los libros de la Sagrada Escritura han sido inspirados por Dios. Esa actuación providencial de Dios respecto a sus autores, que llamamos inspiración, garantiza que la Escritura es la objetivación verdadera de la Revelación divina. La Escritura carece, pues, de error en cuanto objetivación escrita de la Revelación y norma de la fe. Como enseña el concilio Vaticano II (DV 11): «Como todo lo que afirman los autores sagrados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios quiso consignar en ellos para salvación nuestra».
Es preciso caer en la cuenta de que los libros de la Sagrada Escritura no son tratados de ciencias naturales, sino testigos de la experiencia religiosa. La Sagrada Escritura nos trasmite la verdad que Dios quiso consignar en ella para nuestra salvación. No nos trasmite teorías científicas sobre la constitución del mundo.
Otra cosa distinta es su relación con la historia. Ante todo, es preciso tener en cuenta los géneros literarios de los libros. No todos los libros de la Sagrada Escritura son textos históricos. En general, y especialmente en los libros históricos, la Sagrada Escritura trasmite un testimonio de hechos ocurridos, que consigna de acuerdo con la información que los autores tuvieron a su alcance y con la sensibilidad para trasmitir la historia de la época en que sus libros se compusieron.
El mensaje sobre la fe cristiana que trasmiten los libros bíblicos no es independiente de la historia ocurrida y en ellos testificada. Pero los libros bíblicos no trasmiten una supuesta historia objetiva o neutral del pueblo de Israel, de Jesucristo, o de la primitiva Iglesia, sino que trasmiten la historia interpretada, es decir, la historia que ha desvelado su sentido. Una historia neutral no es posible ni en el caso del testimonio de los libros bíblicos, ni en ningún otro. La historia y la realidad son siempre historia y realidad interpretadas. El creyente lee esa interpretación de la realidad y de la historia como la visión del mismo Dios, que Él mismo ha querido comunicarnos.