La connotación peyorativa que acompaña a la expresión ‘desequilibrado’ hace que demos un respingo cada vez que la escuchamos aplicada a alguien. Por eso, cuando el Papa hizo elogio del desequilibrio en una audiencia a seminaristas, cabe decir que, de alguna manera, nos… desequilibró a todos. Dijo Francisco: «La vida no es un equilibrio. Y si encuentras a alguien que piensa: ‘Estoy perfectamente equilibrado’, a esto le diría: ¡no eres nada! Porque el equilibrio, que lo haga el que trabaja en el circo, que hace esas cosas, que es equilibrista. Pero la vida es un desequilibrio constante, porque la vida es caminar y encontrar, encontrar dificultades, encontrar cosas buenas que te lleven adelante y estas te desequilibran, siempre».

La cita textual era la respuesta a una pregunta que le planteaba un seminarista: «¿Cómo podemos encontrar el equilibrio entre experimentar la misericordia por nuestros defectos y esforzarnos por vivir la virtud y alcanzar la santidad?» Lo cual vale para aspirantes al orden sacerdotal y para todos los bautizados: el seguimiento de Cristo desequilibra y, si no lo hace, hay que dudar de haber experimentado una verdadera conversión de vida que trastoque los esquemas mentales y los hábitos sociales sobre los que transcurría plácidamente la propia existencia.

Muchos de los testimonios de conversión no aciertan a expresar con palabras el cataclismo que el discipulado viene a suponer en la vida de quien se deja interpelar con valentía por la Palabra. No es infrecuente recurrir a expresiones del lenguaje coloquial insatisfactorias para abarcar todas las esferas personales comprometidas en el seguimiento de Cristo pero muy gráficas. De todas ellas, acaso sea la inestabilidad del suelo que se pisa la que con más recurrencia se usa, dando a entender que las cómodas seguridades son cosa del pasado cuando uno se adentra en ese camino del que habla el Papa y se siente atraído con una fuerza magnética que tira de él hasta moverlo de donde se sentía aferrado y lo hace trastabillar desequilibrado.

Quizá la próxima vez que escuchemos el adjetivo como un reproche, sintamos que a nuestra vida de fe también le cuadra con idéntica carga de profundidad. Si el Espíritu Santo no nos desequilibra, ¿quién lo va a hacer?

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