Cuando de pequeño me llevaron al circo me llamó la atención el espectáculo que tenían preparado los trapecistas. Personas que desde lo alto de un palo, con valor y valentía se lanzaban al vacío sin vacilaciones, en el momento justo y calculado para que desde el otro extremo, desde otro palo, el otro trapecista que estaba agarrado a unas cuerdas por las rodillas, le agarrase de las manos; justo en ese momento en el que los dos trapecistas se unían, empezamos a ver lo que sucede cuando dos personas en armonía rítmica, tras confiar, son capaces de hacer. Piruetas y saltos en el aire, bajo la mirada sorprendida de todos nosotros, niños, padres y mayores, pues todos estamos invitados a este tipo de espectáculos.

Lo mismo pasa con cada uno de nosotros. No es el mismo movimiento interior confiar que confiarnos. Cuando confiamos somos capaces de tirarnos sin red desde lo alto del trapecio y saltar esperando que del otro lado nos coja el Señor de las manos. Confiando somos capaces de colocarnos en el extremo del trampolín sin miedo; saltar al vacío, extender los brazos sabiendo que Dios nos cogerá como al trapecista que entra en armonía rítmica para después sorprender al mundo con las piruetas. Confiando somos capaces de, llevados por Cristo que nos agarra de las manos, hacer las mayores piruetas y que en nosotros vean que es Dios quien nos mueve.

Pero cuando no confiamos nos da miedo subir al trapecio. No somos capaces de mirar a dónde tenemos que subir, porque pensamos que nos va a dar miedo mirar desde arriba hacia abajo. Pensamos que si desde abajo lo vemos alto, desde arriba nos dará muchísimo miedo, y más si no hay red que nos dé la seguridad por si nos fallan las fuerzas. Confiamos sólo en nosotros, y se nos olvida mirar al otro palo donde está Cristo esperándonos. Y en vez de subir nos quedamos abajo haciendo el ganso y las mejores piruetas y volteretas que hayamos hecho en nuestra vida, pero forzando a la gente a que nos mire a nosotros y no a Cristo, que está en lo alto del palo haciendo quizá unas piruetas, bonitas pero menos espectaculares para el público; y sobre todo menos espectaculares porque Cristo no actúa sin nosotros. Su número es más espectacular con nosotros. Su espectáculo lo ha pensado contando contigo y no para hacerlo solo. Si sólo confiamos en nosotros, el miedo de confiar en Él nos invade y hacemos nuestro número en vez del espectáculo al que estamos llamados que es trabajar con Cristo, saltar al vacío y dejándonos agarrar por Él y  entrar en una armonía rítmica que dejará las bocas abiertas a todo el que se atreva a mirar. Pero eso ya no dependerá de nosotros, sino del que se atreva a confiar y mire hacia lo alto.

Te puede interesar