Mi amigo Mungu es africano y tiene 77 años, el pelo blanco y una pequeña barba. Tiene las manos ásperas y llenas de cicatrices debido a su trabajo como sastre. Mungu está agradecido por su trabajo y sigue cosiendo a pesar de su edad. Él es feliz vistiendo a la gente, dice que detrás de cada camisa, de cada vestido, de cada pantalón, hay una vida única, una historia irrepetible y que eso le anima a seguir trabajando por los demás.
 
Mungu no cobra a la gente que no tiene posibilidades económicas y por este motivo cose para la gente pobre de su barrio. Pero lo que más me sorprende de él, es que es capaz de remendar los descosidos, de recrear lo que parece viejo, lo que parece roto. Incluso con sus hilos de colores vivos llena de vida, de luz, la ropa que le llevan y la mayor parte de las veces parece nueva. 
 
Otra de las cosas que Mungu hace genial es juntar trozos de tela diferentes y unirlos formando un sólo vestido, un vestido nuevo. Como Mungu, el Señor nos anima a unir fronteras, diferencias que nos separan de los demás, y nos hace caer en la cuenta que esas diferencias externas se pueden articular de un modo que se conviertan en riqueza creativa, porque no nace nada nuevo de lo que es igual, lo nuevo nace de lo que es distinto y al juntarse surge vida nueva.  
 
En cierto modo Dios hace eso con nosotros también. Dios como sastre nos llena de vida las partes rotas, las heridas que tenemos, y si como los vecinos de Mungu, confiamos en el Señor, y le dejamos que hilvane nuestra vida con sus hilos de amor y misericordia, irá tejiendo en nosotros un corazón que transmita luz y paz a la gente que nos rodea. Pero para eso debemos estar atentos a las puntadas largas y poco apretadas que el Señor va dando en nuestra vida, de tal modo que con paciencia podamos coser de la mano del Señor las heridas que hay en nuestro corazón y también las que nos separan de los demás.
 

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