Gracias Papa Francisco por tu vida tan fecunda: Aún tengo vivas en mi corazón tus primeras palabras: «¡Buona sera!… Ya sabéis que el deber del Cónclave es dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo, pero estoy acá”. Yo era aún joven cuando sentí el llamado a la vida religiosa en la Compañía de Jesús, como jesuita, al estilo de Jesús pobre y humilde, como Ignacio de Loyola, como el Padre Arrupe y como tú, Francisco. Mi vocación es hija de tu Pontificado y mi fe ha sido formada y reformada en tu magisterio.

Amé cada uno de tus gestos: libres, espontáneos y escandalosamente evangélicos. Amé cada palabra escrita por tu filosa pluma. Amé cada uno de tus discursos, cada una de tus intervenciones públicas y tus posicionamientos en favor del amor y absolutamente fieles al Evangelio. Gracias por poner, con tu magisterio, el acento en estos tres verbos tan ignacianos: “alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor”. Alabar alegremente a Dios por toda la creación ¡Alabado seas, mí Señor! Reverenciar tiernamente la vida toda. Servir con amor a todos y preferencialmente a los más pobres.

Gracias por devolvernos la alegría del amor y la fidelidad al Evangelio. Gracias por llamarnos a la fraternidad. Gracias por abrir las puertas de la iglesia, porque aquí hay lugar para todos, todos, todos. Una iglesia pobre y sencilla como tienda de campaña peregrina. Gracias por la Iglesia sinodal donde todos caminamos juntos. Gracias por alertarnos del terrible virus del poder y del clericalismo. Gracias por tu lucidez para detectar el grave mal que infecta nuestra vida religiosa: la mundanidad espiritual.

¡Perdónanos Francisco! Perdona a Nuestra Iglesia que no estaba preparada para un pontificado tan audaz y tan profético; un magisterio tan evangélico y tan cristiano. Como ayer, como hoy y como siempre, tu mensaje y fidelidad a Jesús de Nazaret nos resultaron supremamente incómodas e incomodamente revolucionarias. El Papa de los pobres que nos enseñó a llorar, a amar la fragilidad, a no caer en la cultura del descarte, a acoger la diversidad, a discernir y escuchar la realidad y a no dejarnos robar la esperanza. Has sido un siervo bueno y fiel. Ve contento al encuentro con tu Señor.

¡Andate en paz, Francisco! Dios ha estado grande con nosotros y estamos contentos por tu bella y fecunda vida. Ahora te lo pedimos nosotros a ti: por favor, ¡no dejes de rezar por nosotros! Me despido con las palabras de Santa Teresa de Jesús con las que terminabas tu mensaje para ésta, tu última Cuaresma: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo» ¡Adiós, hermano Francisco!

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