Hay gente que piensa que los cristianos somos una especie de positivistas pasados de moda. Andamos en una sociedad optimista, obligándonos a ver todo de la forma más favorable posible. Como si no pasara nada aunque las cosas estén en ruinas, porque los que creemos, miramos solo lo positivo. Lo nuestro no va de esto. Los que tenemos fe en Jesús y creemos que el Señor nace para ser Dios-con-nosotros, el Enmanuel, no es que seamos optimistas, es que somos hombres y mujeres esperanzados.
Nosotros no vemos lo bueno, vemos en todo, a Jesús, o al menos nos lo curramos intentándolo. Es su Presencia quién da sentido a nuestra vida y es su Promesa, la que tiene la capacidad de dar significado a lo que vemos. Él se convierte para cada uno en Buena Noticia, que sirve de aliento, de vida, de esperanza. Por eso, aunque el niño Jesús nazca entre ruinas, tiene la capacidad de alentarnos a seguir caminado, a trabajar por la justicia y la paz, a poner nuestras pequeñas semillas en un mundo que anda necesitado de contrastes en el amor, de una amistad fraterna y de auténtica alegría.
En Navidad se nos recuerda que Dios mandó a sus ángeles para que fueran mensajeros de tal acontecimiento, el nacimiento de su Hijo. Esto nos invita, a cada uno de nosotros, a movilizarnos. Pensemos por un momento, ¿si en tu trabajo, en tu familia, entre tus amigos, te conviertes tú en mensajero de tal nacimiento? ¿Si nos venimos arriba y, sin luces ni gritos ni excesos, les decimos a los que tenemos al lado, que Dios ha venido para darnos esperanza y alegría? Anunciemos al mundo que Dios ha venido a quedarse para convertirnos en hombre y mujeres llenos de esperanza. ¡Feliz Navidad!