Dentro de una personalidad apolínea hay siempre un Dionisos más o menos agazapado, un fauno interior amordazado que de vez en cuando reclama su parte y explota en brincos que lo ponen a uno patas arriba. De vez en cuando aparecen noticias rocambolescas de personalidades públicas, muy vinculadas al orden y la jerarquía, sorprendidas en una fiesta sadomasoquista, o metidos en una red de pedofilia, o cargados de coca hasta los codos en una noche desenfrenada. Pero también sorprende esa persona comedida y mosquita muerta que practica el vudú verbal a espaldas de sus adversarios y en cinco minutos los deja cosidos de agujas hasta los tuétanos. ¿De dónde ha sacado esa rabia, esa inquina? Dionisos ríe agazapado en su oscuro rincón. El fauno interior no se deja fácilmente domesticar, que por eso es fauno y no minino. Hay quien se aproxima ingenuamente al fauno como si fuera un gatito manso y, claro, a la primera de turno le arranca la mano de cuajo.

¿Cuál es tu fauno interior? ¿Por dónde se te desboca la hybris? ¿Por dónde se cuela en tu casa el caos y la fascinación autodestructiva que ejerce en nosotros lo excesivo? Bien, pues a ese fauno interior conviene conocerlo y aprender a dialogar con él más que hablarle siempre a gritos, aprender a domesticarlo más que a reprimirlo, a integrarlo más que a ocultarlo.

Conozco personas que se han rendido abiertamente a este fauno, con la excusa de que “si no puedes vencer al enemigo, únete a él”. Pero la realidad es que han acabado, no unidos, sino destruidos por él, que eso es lo que hacen los enemigos, y los faunos esconden mucha inquina bajo el embeleso que producen sus brincos ditirámbicos.  Conozco otra gente que ha reprimido el fauno a fuerza de puños y cadenas, al precio de un rostro opaco y un juicio implacable, orgullosos de su trofeo, pero extremadamente vulnerables ante los embates esporádicos y las patadas puntuales del enemigo, que por falta de costumbre no saben encajar, y ante los cuáles reaccionan con renovado encono y mayor cerrazón si cabe. Pero conozco también personas, aunque pocas, que han conseguido reconciliarse con ese fauno y ganarlo para su causa, que han logrado convencerlo de que se pueden hacer muchas otras cosas con esa fuerza desmesurada y caótica, más allá de romper cristales y ponerlo todo patas arriba. 

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