«Estando allí le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no habían encontrado sitio en la posada». (Lc 2, 6-7)

Meditar sobre la encarnación, el Dios Uno y Trino que se hizo humano, me lleva a pensar o contemplarlo desde mi experiencia como migrante. Hoy, leyendo esta frase bíblica, se me vino a la mente el hecho de lo que hoy se conoce en la frontera de México como el cruce hacia Estados Unidos, cruce que realizan muchos migrantes albergando la esperanza de llegar a un país que le brinde posada y poder realizar su existencia.

Pero… no siempre sucede como se idea; las penurias y vicisitudes que viven y padecen estos seres humanos me hace ver lo que san José y la Virgen experimentaron en carne propia. Sentirse ajenos por la sencilla razón de estar en tierras extranjeras, la mirada cargada de desprecio solo por el hecho de ser «extranjero», los NO marcados y signados por ser extraños, y cuánto más, una mujer embarazada, una carga que nadie quiere hacerse responsable. A la final, salen a relucir los pretextos con ínfulas de argumentos.

El Dios bueno no tenía necesidad de emigrar y mucho menos el experimentar cuan vil es el ser humano cuando se encuentra a espalda de su fe. Sino que se hizo semejante a nosotros, como dice San Pablo, menos en el pecado, el pecado de despreciar a sus semejantes, olvidando que en esa semejanza también se encarna el Dios trinidad.

Hoy, son muchos los pesebres humanos convertidos en cuna de migrantes, en donde Jesús nace, en donde se hace humanidad frente a la cultura de la vulnerabilidad; Jesús se hace niño en el misterio de una humanidad herida pero que Dios une por su gracia y misericordia.

Dios se encarna para que tú y yo crucemos junto a Él en la caravana de hacer más humano este globo terráqueo.

Que su paz y esa Buena Noticia que es Jesús nos haga crecer en ser sal y luz del mundo.

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