Hace ya unos meses que leí una definición de la esperanza que, a pesar de lo que me cuesta recordar las frases que leo, se me quedó grabada: «La esperanza no es la convicción de que todo va a salir bien, sino la convicción de que, pase lo que pase, tendrá sentido». Para mí, eso es el Adviento.
Nos pasamos la vida esperando. Incluso aun cuando no nos damos cuenta. A veces somos conscientes de lo que esperamos: aprobar un examen, encontrar un trabajo, tener seguridad económica, hallar con quien pasar el resto de tu vida. Esperamos, esperamos…Nos vivimos como pasajeros aguardando la llegada del tren.
Otras veces esperamos, y ni siquiera sabemos lo que esperamos. Intuyes que falta algo en tu vida, que ésta está incompleta, que hay algo que late dentro de ti fuerte que te dice que no pares, que debes seguir moviéndote hacia algo más alto, más lejos, más grande.
Esperamos entre dudas, entre deseos, entre sueños. Esperamos que lo que sea llegue dispuesto a encajar todas las piezas de nuestra vida, tal y como queremos que encajen.
Esperó María, preguntándose por qué ella y para qué exactamente.
Esperó José, interrogándose por qué a él le tenía que ocurrir ese giro de planes.
Esperaron los pastores, los sabios de Oriente y hasta Herodes. Una espera que les puso en marcha, para bueno o para malo.
Todos esperamos. ¿Y sabes qué? El Adviento te lleva de la mano hacia la Navidad y llega Jesús, la respuesta a todo. Y te ves a ti mismo entendiendo que tanta espera valía la pena, tenía sentido porque, efectivamente, había algo que esperar.



