En el Evangelio de Juan, el autor pone en boca de Jesús la famosa expresión: “yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí” (Jn 14,6). El sentido de esta frase nos permitirá entender este artículo del Credo. La esencia de Dios es el Amor, porque Él es Amor. De la misma manera, Jesucristo no es ajeno a Dios sino que es la manera que mejor encontró el Padre para dar vida al mundo, y que esa fuera en abundancia (Jn 10,11).
Aunque parece un juego de palabras, este artículo del Credo sale al paso del peligro de afirmar que la realidad de Jesús es distinta de la de Dios. Como si Jesucristo fuera ajeno a esa comunión plena con el Padre. Todo lo contrario: es Dios, es Luz y es Verdad. La opción de este amor incondicional entre Padre, Hijo y Espíritu es para nosotros Luz, pues ilumina aquello que está oscuro: Dios ama dándose a Él mismo, no dando “cosas”. Por eso, no es un objeto externo a él, sino su misma esencia: Dios es Luz de la Luz eterna.
Esta vivencia de comunión de amor, es Verdad, una palabra enormemente provocadora hoy en día, cuando tanta gente quiere adueñarse de ésta desde sus propios esquemas individuales. Es ahí donde entra la fe de la comunidad cristiana a lo largo de los siglos, que profesa que en Jesucristo contemplamos la verdad de Dios, que reconcilia todas las cosas en Él. Cuando muchas veces recibimos el regalo de Dios de ver nuestra realidad desde sus ojos, y recibimos un conocimiento especial sobre nuestra existencia.
Hay muchas situaciones en el Evangelio que nos hablan de la experiencia de las personas que escuchan a Jesús, que perciben en él una veracidad que no observan en los maestros de la Ley. Abrámonos a esta vivencia de Dios TodoAmor, que nos saca de nuestros esquemas cerrados y cortoplacistas.