Hace muchos años, cuando me veía intentando ser todo el día un super héroe, un buen amigo me decía: «Déjate querer». Yo entonces era muy joven, y estaba soberbiamente convencido de poder con todo. Y quizás esto se volvía un imperativo más acuciante aún en los malos momentos. Pensaba que mostrar las tormentas, la congoja de a veces, la desesperanza que en ocasiones te asalta, era, de algún modo, demostrar no estar a la altura. Pero mi amigo tenía tanta razón… Uno a veces necesita dejarse apoyar, dejarse acoger, dejarse acariciar, dejarse sostener. No es señal de debilidad, ni de flaqueza. No es motivo de vergüenza pedir ayuda. No indica ninguna forma de fracaso descubrir que uno no es autosuficiente, o reconocer que no es necesario –de hecho, es bastante equivocado– ir siempre con la actitud de quien todo lo puede.
En ocasiones hay que confiar en el gesto amable, en la palabra sincera, en la mirada que se vuelve hogar.
Y a veces, y esto es lo más valiente de todo, uno necesita pedir ese apoyo, aunque al tiempo ha de estar dispuesto a recibirlo, o no. Porque el amor no se exige.