Vivimos tiempos de escaparates en los que exponemos la vida públicamente de manera atractiva. Nos gusta gustar cuidando mucho la imagen para vender, para vendernos. Cierto es que los escaparates ya no son lo que eran. Se han quedado pequeños y algunas firmas potentes como Chanel, Dior o Louis Vuitton llegan utilizar toda la fachada de sus edificios para que no sea posible ignorarlas. No hay ninguna exageración si se quiere llamar la atención.

Luego están los escaparates virtuales en las redes sociales. Si no apareces no existes. Si apareces es para mostrar lo cool que eres, la vida tan maravillosa que tienes, todo lo que comes y bebes, tus viajes incansables al estilo Willy Fog aunque sean a la vuelta de la esquina.

Esta vida de escaparate que se vive como individuos se traslada, como es natural, a nuestras instituciones. Ofrecer lo que la sociedad quiere para que nos elijan y entren. Algo así como garantizar solvencia en la futura selva laboral de nuestro alumnado disfrazándola de excelencia académica.

¿Tenemos claro el riesgo de esta huida hacia adelante? ¿Podemos perder identidad?

La primera pregunta puede seguir entre interrogantes. La respuesta a la segunda: Sí. 

Seguro que nos viene a la mente la cita epistolar de S. Ignacio: “Entrar con la de ellos para salir con la nuestra”. El peligro está en querer vendernos tanto que se nos olvide cual es “la nuestra”. La vocación cristiana no es una  llamada a ser un escaparatista pendiente de quien pasa delante para ofrecerle todo lo que busca. Nuestro modelo es Jesús y poco tiene que ver con el bienquedismo. Nuestra misión es interpelar, animar, desafíar, proponer, invitar, provocar cambios, hacer crecer, caminando una y otra vez hacia la esencia profunda del amor que es Dios mismo.

Vivimos tiempos de escaparates en los que cada vez las rebajas duran más. Y así podemos ir de rebajas de identidad llegando a decir que somos de inspiración cristiana dando únicamente unas pinceladas de barniz mate creyente.

Quizá el futuro de nuestra sostenibilidad no tenga que ver con el famoso cash flow. Quizá sea momento de ofrecer lo que somos sin miedo a que nos etiqueten y a que alguien nos rechace. Quizá lo nuestro no debe ser una oferta rebajada sino un regalo ilusionante de plenitud y sentido desde la fe en Jesús de Nazaret. 

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