Los domingos por la mañana, después de mi turno en el confesonario, salgo a correr. El pasado domingo fue especial porque en mi recorrido habitual, me encontré a decenas de musulmanes que iban de camino al Bilbao Arena a celebrar, junto a miles de correligionarios, el Eid al-Fitr,  la fiesta que pone fin al Ramadán. Lo que me llamó la atención no fue ver a musulmanes por la calle puesto que eso es ya relativamente normal, sino su apariencia: casi todos los hombres vestían elegantes chilabas o izares, y las mujeres cubrían sus cabezas con lucidos velos. Muchos de los hombres llevaban al hombro su sajada personal, la alfombra sobre la cual hacen sus oraciones orientadas a La Meca. Había familias de varios hijos también vestidos para celebrar el fin del ayuno, y muchos jóvenes. A todos se les notaba una especial alegría, preparados para celebrar algo importante y vestidos con sus mejores galas. 

Este acontecimiento daría lugar a un análisis sociológico y religioso, no solo de lo que está ocurriendo en España sino en muchos países del continente europeo. Yo simplemente aspiro en estas breves palabras a compartir unas reflexiones. Al ver a tantos musulmanes celebrar con alegría el Eid al-Fitr, ¿acaso nuestras fiestas populares ―muchas de ellas de origen religioso― no han dejado de lado su dimensión espiritual y comunitaria? Al ver a padres jóvenes caminando con sus hijos por la calle, ¿no tenemos nosotros un problema con la natalidad, al pensar que casarse o quedarse embarazada con 20 años es un auténtico disparate? Al ver a tantos jóvenes, caminando elegantes por la calle, orgullosos de su religión, su tradición y sus costumbres, ¿no habremos convertido nosotros la fe cristiana en algo tan privado, tan personal, tan íntimo, que tiene serias dificultades ―y complejos― para transmitirse y expresarse en público con naturalidad? 

No se trata de idealizar ni comparar religiones, sino de dejarnos interpelar por aquello que, en el otro, despierta preguntas profundas sobre nuestra propia vivencia de la fe. Quizás el modo de vivir la fe de los musulmanes, con alegría, juventud, fuerza y sano orgullo, sirva a los jóvenes europeos para reflexionar sobre las raíces cristianas de este continente, y de que, como ha dicho el Papa Francisco, solo mediante los puentes que conectan a las personas, se abrirán nuevos caminos al Evangelio para que todos puedan «conocer a Cristo y experimentar su amor».


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PastoralSJ
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