Odio las reuniones
Reconozco que soy poco simpatizante de las reuniones de programación en general, y de las de septiembre en particular. Los calendarios y horarios, los objetivos y las metodologías, me abruman y me agobian. Y ya, si se trata de compatibilizar unos cuantos a la vez y ver que varias fechas coinciden y que toca hacer malabarismos, pedir disculpas y aguantar malas caras… me entra una sensación entre estrés y tristeza que es difícil de controlar.
En una de estas reuniones, el otro día se hablaba de objetivos a cumplir, metodología a seguir, criterios de evaluación y otros muchos ítems. También se hablaba de la crisis de fe en la que nos encontramos, y por ello se proponían estrategias apropiadas para afrontarla.
En medio del aburrimiento y el sopor, me vino a la cabeza aquella lectura en la que el profeta Ezequiel profetiza sobre unos huesos secos para hacerlos revivir. Es una historia que me fascina, puesto que, al profetizar sobre ellos, Ezequiel ve cómo estos comienzan a juntarse y les brota carne. Pero son algo así como zombis que no valen para nada, porque les falta el Espíritu.
Comencé entonces a pensar que muchas de nuestras reuniones y planificaciones tienen mucho que ver con esta profecía. Puesto que el momento actual hace que a veces veamos la realidad como un valle de huesos secos. Algo que nos habla de un pasado lleno de vida, pero que hoy parece una realidad muy diferente. Es entonces cuando más que profetizar como Ezequiel, planificamos sobre esos huesos secos, «creando» con ellos realidades que, si bien se mueven y pueden llenar fotografías, publicaciones e incluso sobrevivir a evaluaciones, pero que no tienen la vida que se esperaría de ellas.
En algunos casos, nos conformamos con esta realidad, con el consuelo de que poco más se puede hacer ante las dificultades, que tiene sabor a derrota. Otras veces intentamos convencer a otros, o incluso autoconvencernos de que esto es lo que verdaderamente necesitamos, cosa que normalmente huele a podredumbre.
Me pregunto si algo de todo esto no tendrá que ver con que, pese a nombrarle tantas veces, hayamos olvidado o encerrado al Espíritu Santo. ¿Qué cambiaría en nuestras vidas si en lugar de guiarnos tanto por nuestra prudencia o por el deseo de salvar lo que tenemos, fuéramos realmente valientes y nos dejáramos guiar por las inspiraciones del Espíritu?
En fin, lo más probable es que sean sólo distracciones producidas por el aburrimiento de las reuniones, y no merezca la pena plantearse tantas cosas, sino seguir intentando salvar lo de siempre.