Dimas
Ha llegado la noche fría y el joven Dimas se ha quedado solo. Ha pasado toda la mañana en casa de María y José y sus compañeros le han impuesto la guardia de por la noche.
Por el recodo del camino aparecen unas lámparas. “Buenas noches”- tiembla Dimas - “¿A dónde van por estos caminos?”. El grupo se para y uno de los criados se acerca:
- Vamos camino de Belén, pero nos hemos perdido. - La región está poblada por pastores, así que es fácil extraviarse.
- Yo les indico - dice Dimas, olfateando una nueva ocasión para hurtar algo a unos extranjeros.
El pastor guía la comitiva hasta la entrada del pueblo.
José oye jaleo y se asoma a la puerta. Entre todos los extraños, una cara conocida:
- ¡Dimas! ¿Y tus ovejas?
¡Había olvidado las ovejas! ¡Verás la paliza cuando vuelva!, piensa. Da igual, ya pensará en ello luego.
Los tres líderes de la expedición piden permiso para entrar: “Venimos de más allá del Líbano. Allí nos dedicamos al estudio de los astros. Ellos nos han indicado el camino hasta aquí. Nos han contado que un niño ha de nacer, que será grande y que cambiará la vida de todos los hombres y mujeres sobre la tierra”. María y José están perplejos.
- Aquí solo hay un niño y es el nuestro. Y nosotros somos más bien gente de trabajo. Quizá debiera preguntar en Palacio… - dice José tímidamente
- Las estrellas no se equivocan. – dice el anciano. - Además, hemos hablado con Herodes. Nos ha pedido que investiguemos. Estamos seguros que es este pequeño -, dijo señalando a Jesús, que dormitaba en brazos de su madre.
María le dice: “José, creo que tienen razón. Coincide con aquello que te conté”. José la mira y, como siempre, se fía de ella. Qué iba a hacer. María siempre sabe más.
Enseguida la familia prepara a los tres sabios algo de pan y un poco de queso, una jarra de vino y un lugar junto a la lumbre.
Al romper el alba, los tres sabios de Oriente se despiden. Dimas se acerca a María y José:
- He hablado con el jefe de los criados. Me voy a unir a ellos. Será mejor vida.
Seguramente, algún día volvería a verlos. Lo que no sabía el joven ladronzuelo es que la próxima vez sería en unas circunstancias muy distintas, expirando junto al niño recién nacido su último aliento. Dimas se había encontrado con Dios y le había intuido, pero habría de llegar a su último día para reconocerle. El regazo de María y la cruz estaban unidos y entrelazados de principio a fin con la vida del joven pastor y él tenía toda la vida para darse cuenta de ello.