¿Dios en los otros cercanos?
Vivimos en una sociedad donde hay tantos ruidos, tantas relaciones diversas, y sin embargo, tanto aislamiento, tantas palabras huecas, tantos discursos vacíos, tanta farsa... Esta afirmación no es derrotismo, ni tan siquiera queja. Pero a veces podemos sentir nostalgia de alguna relación profunda, íntima, gratuita, plena, alegre, retadora y al tiempo vivificante. ¿Es posible, Dios, que Tú respondas a esa inquietud?
«Cuando Israel era niño, lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí» (Os 11, 1)
Lazos difíciles
No siempre es fácil el amor. Hay enfados, incomprensiones, desigualdades, palabras mal dichas, silencios hirientes, expectativas que no se cumplen... Hay heridas, nostalgias, hartazgos. Pues bien, aunque el amor sea difícil, allí está Dios. Si Dios es amor, entonces Dios estará presente en nuestros vínculos más queridos. Hay algo de Dios en la manera en que queremos a padres, a hermanos, a parejas, a amigos... Hay algo de Dios en la palabra pasión, en la palabra entrega, en lo que es intimidad, en lo que es compartir. Dios es un Dios cuya misma esencia es el establecer vínculos, tender puentes, la apertura a otros. Y eso a pesar de que el amor no es fácil, ni siquiera el amor divino.
Pienso en las relaciones importantes de mi vida. En las personas que me importan. En la manera en que estoy unido a ellos a través de sentimientos, de pasión, de esperanza, de alegría. Y rezo por ellos, voy dejando que asomen a mi imaginación rostros, historias, palabras y recuerdos. Señor, bendice sus vidas.
Te quiero
Tus manos son mi caricia,
mis acordes cotidianos;
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor, mi cómplice, y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada;
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro.
Tu boca que es tuya y mía,
Tu boca no se equivoca;
te quiero por que tu boca
sabe gritar rebeldía.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Y por tu rostro sincero.
Y tu paso vagabundo.
Y tu llanto por el mundo.
Porque sos pueblo te quiero.
Y porque amor no es aurora,
ni cándida moraleja,
y porque somos pareja
que sabe que no está sola.
Te quiero en mi paraíso;
es decir, que en mi país
la gente vive feliz
aunque no tenga permiso.
Si te quiero es por que sos
mi amor, mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Mario Benedetti
«Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros, y perdonándoos mutuamente» (Col 3, 12)
Lazos profundos
Dios nos enseña algo sobre las relaciones. Son libres. Son frágiles. Son gratuitas. Son tan delicadas que a veces traerán conflicto, y a veces traerán dolor. En esa incertidumbre sobre cómo han de ser nuestras relaciones está su mayor fuerza y también su mayor misterio. ¿Por qué a veces nos tocará llorar las pérdidas? ¿Por qué a veces nos sentiremos tan felices? ¿Por qué ese incesante alternar entre afectos y soledad, entre canto y silencio?
Porque ese es el material precioso del que está hecha nuestra vida. De la aspiración a encontrar una paz que siempre parece que se nos escapa, un sueño que no termina de materializarse. El sueño de un mundo bueno, de una sociedad que ame, de una vida vibrante. Y es precisamente la disposición a implicarnos, siempre y a fondo, en las necesidades, inquietudes, alegrías y esperanzas de otros lo que hace que nuestra vida pueda ser como un vergel de múltiples colores, ruidos, formas y olores; y ésa es la tierra fértil para los lazos profundos.
Pido a Dios que me enseñe a amar gratuitamente.
Pienso en las personas y situaciones que me han hecho llorar. Y pido a Dios que me ayude a perdonar o a pedir perdón, a buscar la reconciliación profunda, al menos en mi corazón.
Pido a Dios que me dé confianza en los otros. Que me enseñe a mirar a otros rostros, y ver en cada uno un mundo de posibilidades.
Viceversa
Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte.
Tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte.
Tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte.
o sea,
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.
Benedetti