Esta es una de esas películas decepcionantes de las que se sale con la frustración cierta de lo que podía haber sido y no es. Situemos al lector: la repentina muerte del Papa de un infarto deja la sede vacante y obliga a convocar el cónclave que elegirá a su sucesor. Ya lo hemos visto en otras ocasiones en el cine, pero la factura del producto cinematográfico, la excelencia de la fotografía, un reparto estelar y una cuidada puesta en escena (aunque el Vaticano no concedió permiso para rodar en los escenarios reales, como es de imaginar) invitaban a considerar que había ido más allá, desbordando los límites del retrato a trazos y la reconvención doctrinal de, pongamos por caso, ‘Las sandalias del pescador’. 

Qué va. La película empieza mal (un decano del colegio cardenalicio caminando presuroso por la calle cuando recibe la noticia de la muerte del Pontífice) y acaba peor. Están todos los temas de debate en la Iglesia de los últimos tiempos agitados en una coctelera que no da tregua para paladear los sabores de los ingredientes. El director quiere que nos emborrachemos con su moralina sin plantearnos nada. Todo muy de su época, por otro lado. 

Y filmado (previamente escrito en el libro de Robert Harris) desde un punto de vista estadounidense o, si se quiere, de los países de tradición católica (se llega a hablar del grupo “de los ingleses” y uno se imagina a Timothy Radcliffe OP de palique con Nichols en un rincón). No se ven cardenales asiáticos en la proporción actual del colegio cardenalicio, se ignora el peso en bloque de la Celam que se hizo evidente en la elección de Francisco y se propone como el summum de lo extraordinario un cardenal de Kabul ignorando que el Papa ha creado príncipes de la Iglesia a los arzobispos de Teherán-Ispahán o Karachi. No hay que ser avezado vaticanista para detectar gazapos imperdonables. 

Pero todo resulta tan inverosímil que la brillantez del reparto (Ralph Fiennes, Stanley Tucci, Isabella Rossellini en los papeles principales) sólo contribuye a aumentar la sensación de fiasco insoportable. Hay cardenales que quebrantan el secreto de confesión, que compran votos y son acusados de simonía, que dicen seguir “un ideal”, monjas que les cantan las cuarenta a los cardenales, personal de seguridad presente en la sala donde se discute… Supuestamente quiere desnudar las intrigas y los cabildeos que se dan en un cónclave, pero le falta sutileza (‘manca finezza’) y profundidad en el planteamiento. Quizá supone que los espectadores carecerán de ambas.

Tal vez en un thriller psicológico se hubiera ahondado más en la mente de los electores del Papa y en los conflictos internos, pero todo se queda en fuegos artificiales con un final que es un tirabuzón cogido con alfileres para arrimar el ascua a la sardina elegida: una actualización del mito de los ‘palpati’ y ahí lo dejamos para no destripar el final a quien cometa la imprudencia de pasar por la taquilla del cine. 

En resumen, una caricatura de la Iglesia y de sus cardenales cuando lo tenía todo para ahondar en las luchas de poder que intuimos que se desarrollan en un cónclave pero, igualmente suponemos, con infinita mucha más sutileza y ponderación que lo que nos cuenta esta película. Para este viaje, nos quedamos con Anthony Quinn volviendo del gulag…

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PastoralSJ
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