Hay quienes dejaron ya de escuchar el telediario aburridos siempre de las mismas noticias. Muchos otros, padeciendo lo que en su momento Hannah Arendt definió como «colapso moral», son incapaces de sentir misericordia hacia una situación que observan tan lejana o hacia un número tan grande de víctimas que resulta complicado asimilar. Sin embargo, hay unos terceros, que además de indignados ante las situaciones que les rodean, deciden en base a sus criterios personales posicionarse en un lado u otro del conflicto, defendiendo activamente una u otra posición.
Y si bien Dios siempre nos llama a la acción y resalta su importancia, a veces nos olvidamos de cuál es el arma que nos brinda. Jesús nos enseña que el amor es el arma más poderosa y transformadora que posee la humanidad, la única capaz de cambiar las cosas. De nada sirve defender la justicia si no la defendemos con amor, de nada sirve luchar contra la pobreza si no lo hacemos con amor, de nada sirve defender tus convicciones si estas no están guiadas por el amor.
Esto se muestra perfectamente en la Segunda Carta a los Corintios: «El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; más cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará […]. Ahora vemos por espejo, oscuramente; más entonces veremos cara a cara». Frente a la violencia, el odio, el cálculo, la injusticia… sólo el amor nos salvará.