Las palabras son manifestación del ser humano. Ellas lo dicen, lo cantan, lo expresan, lo soportan, lo fecundan, lo abren, lo crean, lo alimentan, lo relacionan… Cuando esas palabras logran una organización tal, aparece señalado con nitidez el misterio de lo que somos. Se hace visible a nuestros propios ojos el sentido inabarcable. Se oye el fondo de la partitura que nos sostiene entrelazados en esta humanidad terrible y hermosa. Se huele el aroma del tiempo que nos modela. Se toca la llaga que nos avisa el estar vivos.
Pero cuando podemos saborear las palabras y degustar sus matices, emerge la sabiduría que conduce a la fuente de toda posibilidad de existir. La gran poesía se hace carne y nos hace visibles a Dios entre todas las criaturas. De allí toda bendición, toda alabanza, toda expresión de asombro humano ante un Dios mezclado entre nosotros.