En el Evangelio, Jesús nos anima a no caer en el desaliento cuando emprendemos el camino de la búsqueda. Por eso nos dice: «Buscad y hallaréis» (Mt 7, 7). Sin embargo, hoy, en nuestro contexto, estos dos verbos se revisten de un significado particular. La irrupción de la inteligencia artificial (como el ChatGPT) ha dotado a una parte de la humanidad de unas herramientas de búsqueda inimaginables.
Sin movernos de casa, tenemos la posibilidad de consultar el inmenso archivo de datos que es internet. Y no siempre estamos preparados para gestionar tal caudal de información. Aunque nos hayamos convertido en enanos sobre hombros de gigantes, ya no se trata de colosos de la sabiduría, sino de máquinas sofisticadas.
Si no somos precavidos, corremos el riesgo de quedar atrapados en un espejismo deshumanizador. La búsqueda se puede convertir en un entretenimiento banal, una evasión alienante, un turismo virtual, una competición o una excusa para eludir los compromisos de la vida. Como aprendices de brujo podemos provocar cualquier desaguisado. La precipitación y los efectos exponenciales de nuestros actos son algunas de las amenazas de la hipertecnificación.
Ante tanto desarrollo, tal vez el gran reto no sea saber buscar, sino saber encontrar. Para buscar, no escasean los recursos. Pero, ¿sabemos encontrar? Para ello, hace falta cierto adiestramiento en el arte de la atención y de la escucha. De lo contrario, nuestros esfuerzos resultan estériles, puesto que no siempre sabemos lo que buscamos. Y, al hallarlo, en ocasiones, tampoco lo reconocemos. Los árboles no nos dejan ver el bosque. Centrados en nosotros mismos, somos incapaces de percibir nada más allá de nuestra impaciencia.
Las herramientas informáticas nos pueden hacer sentir sabios y poderosos. No obstante, buscar significa, al fin y al cabo, reconocer que somos seres necesitados. Y, a su vez, encontrar implica saber acoger lo que la vida nos regala. Seguramente a esto se refería Jesús con sus palabras. Nuestra precariedad nos guía, nos enseña a dejarnos encontrar por aquello que buscamos. En palabras de san Juan de la Cruz, «sólo la sed nos alumbra».