A Jon Sobrino sj le salvó la vida saber hablar inglés, así lo comentaba en una entrevista su buen amigo Leonardo Boff. Cuando el 16 de noviembre de 1989 un grupo de militares irrumpieron en la comunidad de la UCA para asesinar a los jesuitas que allí habitaban, Jon Sobrino se encontraba en Tailandia dando una conferencia a la que había sido invitado por Boff: “Yo había recibido una invitación pero, como mi inglés es malo les dije que le invitasen a él, que él hablaba muy bien inglés”.
Tras el crimen atroz, Sobrino regresó a El Salvador y continuó luchando por la fe y por la justicia, esa misma lucha que había llevado al asesinato de sus hermanos. Cuando en una de sus últimas obras, se refiere Sobrino a la “experiencia repetida de quienes encuentran entre los pobres y las víctimas “algo” nuevo e inesperado (…), “algo” bueno y positivo” me devuelve a mis añorados días en la “Tierra Caliente”, ese maravilloso lugar del norte del Perú que Vargas Llosa renombró con tan acertado topónimo y que se ha convertido para mí en una especie de “locus amoenus”.
Los medios de comunicación construyen a diario un relato negativo de la pobreza. Los pobres no tienen bienes, no tienen cultura y han de ser salvados y liberados. Sin embargo, quienes conocen la pobreza saben, de algún modo, que esto no es del todo cierto. Dice Sobrino: “Fuera de los pobres no hay salvación”.
Tras mi estancia en Piura exclamé convencido eso que Delibes pone en voz de uno de los protagonistas del “Disputado voto del señor Cayo”: “Hemos venido a redimir al redentor”. La idea de encontrar en los pobres potencial salvífico no es nueva, sin embargo, la aportación de Sobrino es de enorme importancia por una cuestión capital: atribuye esta capacidad a todos los pobres. Todos, todos, todos; que diría Francisco. Algo inexistente en las tradiciones anteriores.
No hay que salvar o liberar a los pobres sino que sin ellos resulta imposible hallar la salvación y la liberación. La “civilización de la pobreza”, ese maravilloso concepto alumbrado por Ellacuría sj; es portadora de generosidad, solidaridad, esperanza… valores que, sin caer en redundancia alguna, no abundan en la “sociedad de la abundancia”, que nos deshumaniza y destroza la casa común. Humanizar la sociedad, salvarla, pasa por una mirada atenta a la pobreza, por una mirada sincera a Jesús, que hijo de Dios, aparece en nuestra historia en un humilde portal de Belén para anunciarnos el Reino.



