Ningún “boom”( y menos religioso) es sinónimo de auge y éxito repentino. Todo se va cociendo poco a poco hasta que rompe a hervir. No se si estará hirviendo pero si se está cociendo algo.
Aunque creamos vivir en un tiempo en el que todo va rápido somos unos bichos lentos. Echando un ojo a la historia todo cambio o evolución social fue consecuencia de una reacción hacia lo establecido como norma. Evolucionamos reaccionando; lo anterior hace posible la palanca hacia lo siguiente. ¿Podemos decir que estamos viviendo un aumento de la vivencia religiosa como respuesta a algo?
En el fondo de nuestra existencia, en lo más profundo, el ser humano siente la llamada a trascender. Una llamada a emprender un camino que lo material no puede responder de ninguna manera coherente. Dios siempre ha llamado, siempre llama, sigue llamando.
Por otro lado, parece claro que estamos llegando a la cima del materialismo más radical y absurdo. Consumimos a tope y de todo: ropa, dispositivos digitales, experiencias gastronómicas, viajes internacionales; con una velocidad antinatural que produce no pocas visitas a terapias y metodologías, dietas y suplementos vitamínicos para poder sobrellevar este ritmo sin norte.
Hay una corriente de aumento de lo religioso. Sí. ¿Este crecimiento es una reacción de búsqueda frente a la absurdez de lo material y la imagen? Hoy todo es público y explícito facilitando ver otras maneras de vivir, en este caso con sentido religioso. ¿Son nuevos modelos de seguimiento para los jóvenes?
Como dicen los abuelos: “dale tiempo al tiempo” para ver si esto es un boom o un consumo más.
San Ignacio hace unos quinientos años advertía de una manera que tiene Dios de actuar. Llega a nuestra vida como una gota que cae en una esponja. Sin estrépitos, sin ruidos, suavemente. Ojalá que este llamado boom religioso sea así. Como agua que sacia plenamente de sentido.



