Así suena el lema que han elegido para este curso los colegios maristas en los que trabajo. Y no es poca cosa. Porque celebrar la vida no es solo cuestión de fiestas, brindis o momentos fáciles. Celebrar la vida es aprender a reconocer lo bueno que nos rodea, incluso cuando no todo es perfecto. Es elegir la mirada de quien agradece, confía y se pone al servicio.
El Evangelio de Juan nos lleva a Caná, a una boda en la que Jesús y María son invitados. Y allí, en medio de la fiesta, María es la primera en notar que falta el vino. No se queda al margen: actúa, se pone en medio, confía. Sabe que una celebración no puede perder la alegría, y que Dios siempre tiene respuesta.
Como ella, nosotros también hemos sido invitados a la fiesta de un nuevo curso. Una celebración preparada con cuidado, con compañeros de camino y con alumnos que nos esperan. La pregunta es: ¿qué papel voy a jugar yo?
Quizá me toque ser quien anime cuando decaiga el ánimo, o quien escuche en silencio al que lo necesita. Tal vez sea el que sostenga con paciencia, o el que siembre esperanza. Cada uno tiene un rol. Lo importante es no estar ausentes, sino presentes, atentos, confiados.
Este curso puede ser una verdadera fiesta si no olvidamos que Dios está en medio, completando lo que falta, llenando de vino nuevo lo que parecía agotarse.
Se nos invita a celebrar. A confiar. A vivir.
¿Aceptas la invitación?