Acompañar es un regalo. Al principio, con poca humildad, crees que das tu tiempo, tu conocimiento y tu presencia. Pero pronto descubres lo equivocado que estabas: que mientras acompañas, tú también eres acompañado.
Acompañar no significa tener respuesta para todo ni marcar el ritmo del otro. Simplemente es estar, escuchar. Es decirle al otro, con tu presencia, que no está solo en algo
Y entonces, sin esperarlo, también te sientes sostenido. A veces por la persona a la que acompañas, que sin saberlo te enseña mucho. Y muchas otras veces por ese Dios discreto que se cuela en los pequeños gestos que brotan en ese acompañamiento: una palabra, una mirada de agradecimiento, un silencio o un suspiro de alivio.
Acompañar significa caminar al lado, sabiendo que todos estamos en búsqueda , que todos necesitamos ser escuchados y que todos tenemos algo que ofrecer.
Y es precisamente en ese caminar al lado donde descubrimos que no somos nosotros quienes sostenemos todo. También nosotros somos acompañados. Dios nos cuida, muchas veces a través de los demás. Y de ahí surge lo bonito: reconocer a Dios en el otro, en el encuentro, en el camino compartido. Ahí está la clave.