¿Quién no se emociona al escuchar una sinfonía de Beethoven? ¿Y sabiendo que además era sordo cuando compuso la 9ª? Pues ni Beethoven, con su genialidad, hubiera podido componer la sinfonía en la que nosotros vivimos: la sinfonía de la vida.

Somos notas. Notas, sin las que no podría haber sinfonía. Notas indispensables para que suene esta maravilla. Las notas tienen ritmo y melodía. Las hay corcheas y negras. Las hay fusas y blancas. Las hay que duran y duran, como las redondas, pero las hay livianas, casi imperceptibles, a las que llamamos fusas o semicorcheas. Somos notas y Dios, el compositor que conoce su obra, y cree en ella, y la ama. Y a esa obra la llamó vida. Y nosotros, notas y ritmos únicos y distintos hemos de ser las notas únicas y distintas que Dios nos invita a ser. Dios nos propone un puesto único, irrepetible, en un compás, en un pentagrama, junto a otras notas únicas e irrepetibles. Cuando estamos en nuestro lugar- nunca solos, sino juntos-, hacemos acordes, arpegios y la música más hermosa. Tenemos que conocer qué nota hemos de tocar y con qué ritmo. Tenemos que conocernos para poder hacer de nosotros, parte de la sinfonía. Si falta uno, si uno no toca lo que le corresponde, si uno se niega a afinar en la nota que ha de afinar, si uno se demora más de lo que debe o corre alocadamente sin ser ése su ritmo, la sinfonía ya no será la misma.

Somos música con otros y la obra perfecta con Dios. Pero a veces disuena, parece que los acordes no empastan como debieran, a veces la sinfonía desafina. ¿Por qué desafinamos si somos tan maravillosos? ¿Por qué no suena música de esperanza, amor y felicidad? ¿Por qué suena ruido de guerra y dolor? ¿Por qué? Porque nosotros somos las notas. Dios es el compositor y nosotros somos las notas; perfectas y libres. Nos desafinamos porque no estamos atentos a lo que hemos de hacer y tocar. Desafinamos porque, a veces, preferiríamos ser otras notas. Hay veces en que queremos ser redondas y largas, en vez de pasar rápido como las corcheas. Aunque también a veces, preferimos ser corcheas, que pasen rápido por ese momento en ese instante y desafinamos. Pero el Compositor paciente, que ama sus notas y cree en su perfección y belleza, nos marca el camino de vuelta al compás, con las otras notas con las que compartimos la vida, para que juntos toquemos la mayor sinfonía jamás imaginada: la sinfonía de la vida.