La teoría es sencilla, a través de una página de internet [couchsurfing.org] la gente ofrece de forma totalmente gratuita un sitio en su casa. Su sofá, una cama supletoria, un trozo de suelo… un espacio en su vida y una experiencia inolvidable a quien esté dispuesto a compartirla. Casi la totalidad de los que se acercan por primera vez a este proyecto, lo hacen por una razón económica: la posibilidad de hacer un viaje sin pagar ni un solo euro por el alojamiento (y la mayoría de las veces ni siquiera por la comida) es atractiva por sí sola. Sin embargo, lo que se encuentra uno al decidir dar este paso dista mucho de esa primera razón.Tras vencer las reticencias y comprobar las decenas de sistemas de seguridad que tiene la página, uno tropieza con algo poco común: una persona que no te conoce de nada es capaz de gastar su tiempo y su dinero para que tú descubras su ciudad de la mejor forma posible. Te descubre los rincones que no aparecen en las guías turísticas, te presenta a sus amigos, te lleva en coche a otros sitios, te incluye en su vida, te saca de fiesta, cocina contigo, te presta su bici, te enseña palabras en su idioma… Y a cambio él recibe algo muy preciado: tu agradecimiento, una experiencia única, la sensación de haber hecho la vida más fácil a alguien, casi siempre un nuevo amigo y todas las veces, alguien que ha abierto el mundo un poco más para él y una experiencia multicultural más allá de las barreras que habían evitado que os conocierais hasta entonces. Por eso, aprendiendo a viajar de otro modo, vas configurando una forma diferente y más plena de vivir, que es de lo que se trata al fin y al cabo.

Para obtener este premio hace falta antes vencer muchos prejuicios: cuesta confiar y meterse en el piso de alguien que no conoces, pero llegar y ver como él te ofrece las llaves de su casa y convierte todo lo que tiene en vuestro, hace muy difícil seguir desconfiando. Cuesta pensar que alguien haga esto gratis, pero viendo lo enriquecedora que es la experiencia para los dos, no solo lo comprendes sino que estás deseoso de volver a casa y hacer tú lo mismo con otra gente cuyas vidas te estás perdiendo mientras pasan a tu lado en tu ciudad.

Cada una de las experiencias marca tanto que el viaje ya no se recuerda por las fotos de los sitios visitados, sino por las caras de la gente con la que viviste, por lo que has aprendido de cada uno de ellos, por los momentos compartidos y por cómo te ha cambiado a ti, de forma que al cabo de un tiempo esa actitud couchsurfer forma parte de tu personalidad y no sólo de tus viajes. Y así, ciertamente, el mundo mejora un poco.

Couchsurfing no es para todo el mundo. Implica abrirse a otras realidades, aceptar que la austeridad no va reñida con la riqueza de la experiencia, aprender a vivir y a convivir con una persona a la que no conoces, amoldarse el uno al otro, saber ceder y saber pedir sin avergonzarse, confiar y no traicionar la confianza. Sin embargo, los privilegiados que estamos dispuestos a todo esto y más, acabamos olvidando que existen otras formas de viajar, pues nadie quiere visitar un país cuando puede vivirlo.