Un monje reza: «en el coro esto desentona / el oficio es tan pesado / Me da asco / Experimento… como un coágulo de mala sangre obstruyendo / La fuente / y atascando todo futuro de ofrenda / feliz».

Es un monje que reza en el corazón de la violencia de Argelia, por el año 1995. Comparte el coro del monasterio con seis hermanos trapenses, y en poco tiempo, la sangre del martirio con otros tantos, laicos y religiosos; 19 en total, beatificados el próximo 8 de diciembre, día de la Virgen.

Por eso desentona la oración en el coro del monasterio y el oficio de los salmos se hace tan pesado: por la violencia del terrorismo en esas tierras. Facciones islámicas extremistas, buscando el poder político, violentan la paz de aquellos pueblos y atentan contra la vida de sus hermanos, compatriotas o extranjeros, musulmanes o cristianos. «Solo hay uno en Argelia que no busca el Poder: Dios».

El monje se llama Christophe Lebreton. Su oración está atravesada por la vida –violenta en Argelia– y su vida, atravesada por la oración. ¿No desesperaríamos también nosotros, de tanto gritar a un Dios que a veces pareciera «no poder salvar» (Is 45)? ¿Cómo alabar a Dios en medio de aquel espanto?

Violencia que desfigura el rostro. La violencia en su tierra lo atraviesa y desenmascara sus propias violencias, sus violencias personales. Exteriorizadas, algunas, en agresiones comunitarias; violencias interiores, la mayoría. «Jesús cúrame de la violencia agazapada en mí: la bestia. Humanízame según tus bienaventuranzas». El monje se va haciendo cada vez más consciente de la violencia que hay en él. Siente cómo esta violencia lo deshumaniza y le desfigura el rostro” y por eso suplica: «Jesús cúrame… humanízame…».
Violencia que desfigura el paisaje. La violencia en su tierra atraviesa también su vínculo con los demás: «La herida de Argelia me traspasa. Así soy feliz». Misteriosa solidaridad, no de un impulso masoquista sino de la vida que brota de saberse compartiendo el camino con otros que también sufren la violencia que reina en el país. «Si conviene hacer frente a la violencia que desfigura el rostro y el paisaje, también tenemos que aceptar VIVIR algo de las consecuencias». Quedarse para vivir entre sus hermanos, aunque esta decisión implique morir.

Violencia que desfigura El Rostro. La impaciencia y la agresividad del ambiente se anudan en su corazón y cierran su garganta, incluso mientras reza. Hasta el encuentro con Dios se experimenta violento: «asco… mala sangre obstruyendo la Fuente». No es irreverencia, ni mucho menos incredulidad. Es dolor y compasión de un corazón enamorado y creyente en un Dios con nombre nuevo… «Yo te amo». Para Christophe, el «Dios es amor» (1Jn, 4) de san Juan se personaliza en un nuevo nombre: Dios es «Yo te amo», «Yo te amo» crucificado. En él encuentra la respuesta a la violencia. En Él encuentra aquel Dios que responde a sus gritos, y a los de su tierra. Con Él se siente invitado a responder:

...es necesario ofrecer aquí
una respuesta
a la violencia de la mentira homicida.
La otra mejilla, es todo mi cuerpo,
elevado en el amor crucificado,
desnudo, vulnerable, fuerte.

Al calor de la Palabra, a los pies de la cruz, en los vaivenes de la vida comunitaria, va madurando esta experiencia, afrontando sus contradicciones, sin huir. ¿Y yo? ¿Y mis violencias? «Jesús cúranos… humanízanos…».

Matu Hardoy