Llega el 12 de octubre y por tanto el día de la Hispanidad. Una fiesta que para variar no deja a nadie indiferente. Para unos supone una ocasión oportuna de salir a la calle y reconocer con orgullo los símbolos, los valores y los vínculos de España con el resto del mundo y en el otro extremo están los que consideran que se celebra una conquista tan injusta como manchada de sangre. Dos visiones contrapuestas, que evidencian algo tan humano como nuestro: la dificultad de leer e interpretar nuestro pasado, tanto personal como colectivo.

Vivir únicamente desde el presente nos lleva a simplificar el pasado, o peor aún, a juzgarlo, obviando que somos lo que somos gracias a nuestros errores y a nuestros aciertos. La dictadura del «hoy» nos obliga a pensar que nuestros predecesores eran salvajes sanguinarios o héroes incorruptibles, y ahora nosotros nos creemos tan maduros, sensibles y solidarios, que olvidamos que en un futuro lo normal del siglo XXI será visto con extrañeza por las generaciones venideras.

¿Quién no ha se ha sorprendido al ver un álbum de fotos familiar y recordar cómo eran las cosas antes? ¿Quién no comprende que hoy tomaría decisiones de manera distinta a como las tomó en el pasado? Es fácil opinar a posteriori. Es más sencillo analizar una jugada polémica en la tercera repetición que en medio del partido. La mirada al pasado requiere un matiz diferente, un acercamiento que busque entender una época sin juzgarla desde las categorías de otra, aprender y no simplificar, agradecer y no olvidar.

Gran parte de nuestra vida y de nuestra identidad personal tienen que ver con la memoria. Historias donde se entremezclan los aciertos y los grandes errores, el fracaso y las alegrías, el pecado con el heroísmo y lo más humano con lo más instintivo. Nadie puede saber qué va a ocurrirnos mañana, ni la próxima semana, ni dentro de muchos años. Pero sí podemos saber lo que ocurrió ayer, y podemos mirar el pasado con distancia, para dejar que nuestra historia nos ayude a descubrir quienes somos. Si logramos vivir reconciliados con nosotros mismos, al menos intentaremos repetir aciertos y evitar más de un error.