Me han preguntado (casi como urgiéndome a ello) que por qué no me pronuncio más sobre lo que está ocurriendo en Cataluña. Sobre el día de ayer. Sobre el gobierno, la violencia, la democracia… Hay ocasiones en que el silencio es temor, sin duda. Pero creo que hay otras ocasiones en que el silencio es necesario. Para empezar, por la confusión. Porque ahora mismo lo que más abunda es ruido. Hay declaraciones emocionales. Hay muchas palabras que, dichas en el calor de lo que se vive, tienen más exaltación que firmeza, más pasión que paciencia, más estridencia que verdad, y poca perspectiva. El silencio da perspectiva. La distancia también. Es tan evidente hoy en día la capacidad de manipulación de los medios, que me niego a dejarme envolver por cualquier tipo de propaganda sin haber podido pensar. Esto es como un depósito de agua que se hubiera removido con la fuerza de un remolino. Creo, honestamente, que hay que esperar que las cosas reposen. Y sé que esta esperanza es ingenua, que aquí nada se detiene, y que de poco sirve que uno calle cuando las declaraciones institucionales, los hashtags varios y la distintas proclamas hechas en nombre de “la gente” no van a detenerse. Aún así, el silencio es mi manera de resistir.

En el horizonte, algunos principios que, a mí, al menos, me ayudan.
Uno, evitar el maniqueísmo. Esta no es una guerra del bien contra el mal, como si el mundo fuera el escenario de El Señor de los Anillos o de Harry Potter. Aquí la realidad es compleja, y hay motivos en todas partes.
Esto no es, y aquí va el segundo principio, defender la equidistancia. Decir que todos tienen sus razones no significa decir que todos tienen la misma razón. Pero sí significa que hay que tratar de entender lo más que uno pueda, para poder posicionarse con más fundamento.
El tercer reto es la autocrítica como parte de cualquier actitud crítica. Me cuesta aceptar las adhesiones incondicionales que cargan las tintas sobre lo perversos que son los otros, mientras faltan los más básicos reproches a abusos o excesos propios. Y de eso está habiendo para aburrir.
El cuarto reto, huir de afirmaciones tajantes: “Nunca”, “Siempre”, “Todo”, “Jamás”… porque la realidad es infinitamente más sutil y cambiante.
Quinto, la distancia no es porque no me importe. Me importa, y mucho. Pero precisamente por eso hay que buscar acertar.
Sexto, al preguntarme por lo verdaderamente evangélico, tener la honestidad de no tomar el nombre de las verdaderas víctimas de nuestro mundo en vano. Porque, de banderas y olvidos, van sobrados.

Estoy desasosegado, triste, como muchos, supongo.
Un fuerte abrazo.

Foto: Dark Ages (Stella, S)