No sé si es algo muy general, pero la verdad que a ciertas edades y en ciertos contextos, la vida se acelera. Tienes mil historias, estudios, academias, deportes, gentes a las que ver, una vida social inexcusable, reuniones, encargos que entregar… Y así se empiezan a poblar las páginas de la agenda –o los bytes si es electrónica, que también puede ser–, de contenidos que te producen vértigo sólo de pensarlo. Cuando esto me ocurre (por ejemplo al inicio de curso) es un reto el no dejarme arrastrar por el huracán de actividades y sí, en cambio, ser un poco dueño de las cosas y de mi propia vida.

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La tiranía de la agenda
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«A ti, Señor, te invoco. Roca mía, no te me hagas el sordo; que si te me callas, seré uno de tantos como bajan a la fosa» (Salmo 28)

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La tiranía de la agenda se me impone cuando me encuentro mirando el reloj para poder ajustar con precisión siete citas, cuando dar un paseo me parece estar desaprovechando el tiempo, cuando lo urgente se come a lo importante, cuando las tareas me impiden dedicar tiempo a las personas, cuando Dios no consigue entrar ni con calzador en mis días apretados –y a base de darle por supuesto lo olvido un poco–. Cuando los post-it (notas con mil recordatorios) van invadiendo con determinación implacable la mesa, la puerta de la habitación y hasta el espejo del baño… Y entonces me siento bastante fastidiado y un poco solo.

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¿Me descubro a veces saltando de una cosa a otra, sin tiempo para pensar, para rezar, para parar?

¿Quién lleva las riendas en mi vida?

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Ven hacia mí

Algo en mi sangre espera todavía.
Algo en mi sangre en que tu voz aún suena.
Pero no. Inútilmente yo te llamo.
Aquella voz que te llamaba es ésta.
Ven hacia mí. Mis brazos crecen, huyen
donde los tuyos la mañana aquella.
Ven hacia mí. La tierra toda oscila,
se mueve, cruje. Vístete. Despierta.
Oh, qué encendida el alma
en su secreto puro, si vinieras.
Sin esperanza, entre la luz del día,
mi voz te llama.
El eco. La respuesta.

(Carlos Bousoño)

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La memoria de lo importante
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«El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas» (Salmo 23)

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Es en esos momentos cuando tengo que repetirme que «solo Dios basta». Que hay que saber vivir con una cierta holgura. Que es necesario un paseo de vez en cuándo, un café en buena compañía, unas risas sin pretensiones, un rato de oración, unas palabras sinceras, unas dosis de ternura, unos regueros de evangelio o un poquito de silencio. Es en esos momentos cuando me tengo que volver a Dios para recordar cuál es el horizonte y el sentido que pone en mi vida, para no perderme en la prisa ni el vértigo, para que la riendas las lleve él.

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¿Vivo más pendiente de lo urgente, o de lo importante?

¿Entra Dios en mi agenda?

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Oda a la esperanza

Crepúsculo marino,
en medio de mi vida,
las olas como uvas,
la soledad del cielo,
me llenas y desbordas,
todo el mar, todo el cielo,
movimiento y espacio,
los batallones blancos
de la espuma,
la tierra anaranjada,
la cintura incendiada
del sol en agonía,
tantos dones y dones,
aves que acuden a sus sueños,
y el mar, el mar, aroma suspendido,
coro de sal sonora,
mientras tanto, nosotros,
los hombres, junto al agua,
luchando y esperando
junto al mar, esperando.
Las olas dicen
a la costa firme:
«Todo será cumplido».

(Pablo Neruda)

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La batalla por un tiempo con Dios Imagen 1
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La batalla por un tiempo con Dios Imagen 1
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