Los números abruman. Millones de galaxias, años luz de diámetro entre ellas, a una distancia de 4000 millones de años luz de la tierra. Un nombre extraño: Sarasvati, para lo que llaman un supercúmulo de estrellas que se acaba de descubrir.

La ciencia sigue yendo más allá, superando fronteras, extendiendo los límites del conocimiento. Al mismo tiempo, la inmensidad del universo invita a hacerse preguntas: ¿qué es nuestra vida, en medio de todo esto? ¿cómo esa inmensidad se compagina con la fe, con nosotros, con la idea de Dios? ¿Somos el centro de la creación, o somos solo una mínima parte de un plan que aún no conseguimos comprender? ¿Habrá vida en otros lugares? Y si la hay, ¿será inteligente? ¿Y tendrán religión? ¿O acaso estamos solos en este universo enorme? Pero, si es así, qué soledad tan inmensa, qué vacío. ¿Qué es nuestra historia de fe en medio de los millones de años en los que se mide la historia de este universo? ¿Quién puso en marcha todo este movimiento? ¿Cuándo? ¿Cómo comenzó todo? ¿Y a dónde va? ¿Hay algo fuera del tiempo? ¿La eternidad? ¿La nada? Pero, ¿por qué de la nada surgiría algo?

Esas son algunas de las preguntas en las que ciencia y religión bailan juntas, porque tienen dos niveles de discurso diferentes. No es que una vaya a matar las respuestas de la otra. Es que ambas tendrán que perseguir, siempre, crecer juntas. Desde la lucidez, la anchura de miras, y la humildad de no pretender encapsular las respuestas en verdades incompletas.