…no pasa nada. O, mejor dicho, no es el fin del mundo. Puede ser por muchos motivos: un conflicto, algún fracaso, el exceso de trabajo, el amor o el desamor, los exámenes que parecen abocarte a un túnel, la búsqueda de horizontes cuando todo te parece anodino… Hay tantas razones para estar fastidiado a veces… Ahora bien, en la vida hay un reto. No venirte abajo cuando se te tuerce un poco la existencia. No creer que es el fin del mundo. No caer en espirales de desaliento en las que parece que se tambalea tu vida.
Cuando estás hecho polvo...
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- Escrito por Super User
- Categoría: ser
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«Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado, su tiempo el matar y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir y su tiempo el edificar» (Qo 3, 1-5)
Y eso la hace hermosa. Hay días –o épocas– en que todo marcha bien. Y hay otras temporadas mucho más áridas, en las que parece que no puedo más. Entonces me parece inevitable desmoronarme, venirme abajo, lamentarme con llanto triste. Pero, ¿no es vivir reconocer que los momentos buenos no están garantizados, ni los malos tienen la última palabra? ¿No hay que perseguir aquello que amas, sabiendo que a veces el camino no es fácil? ¿No hay algo profundamente liberador en aceptar lo que venga y luchar sin certidumbres por aquello que siento que merece la pena? Bienvenidos sean los contrastes.
¿Soy capaz de afrontar la contradicción, los momentos más difíciles, la dificultad?
¿Reconozco lo bueno que hay en mi vida?
¿Aprendo de lo malo, sin venirme abajo cuando eso malo parece pesar más?
Bienvenida, alegría, bienvenido, pesar
Bienvenida alegría, bienvenido pesar,
la hierba del Leteo y de Hermes la pluma:
vengan hoy y mañana,
que los quiero lo mismo.
Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro
y alguna alegre risa oír entre los truenos;
bello y feo me gustan:
dulces prados, con llamas ocultas en su verde,
y un reírse zumbón ante una maravilla;
ante una pantomima, un rostro grave;
doblar a muerto y alegre repique;
el juego de algún niño con una calavera;
mañana pura y barco naufragado;
las sombras de la noche besando a madreselvas;
sierpes silbando entre encarnadas rosas;
Cleopatra con regios atavíos
y el áspid en el seno;
la música de danza y la música triste,
juntas las dos, prudente y loca;
musas resplandecientes, musas pálidas;
el sombrío Saturno y el saludable Momo:
risa y suspiro y nueva risa...
¡Oh, qué dulzura, el sufrimiento!
Musas resplandecientes, musas pálidas,
de vuestro rostro alzad el velo,
que pueda veros y que escriba
sobre el día y la noche
a un tiempo; que se apague
mi sed de dulces penas;
ramas de tejo sean mi refugio,
entrelazadas con el mirto nuevo,
y pinos y limeros florecidos,
y mi lecho la hierba de una fosa.
John Keats
«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1, 78-79)
Parece más claro que Dios me acompaña cuando la vida me sonríe. Entonces entiendo que Dios me cuida. Pero, ¿y cuándo estoy fastidiado? ¿Cuándo pierdo pie en la vida? Hay veces en que es casi imposible sentirle. Ni siquiera encuentro la paz suficiente para buscarle. En esos momentos quiero protestar, gritar, quejarme o reclamarle porque me parece que no está siendo tan infinitamente tierno ni protector como «prometió». Entonces la oración se vuelve lamento o reproche. Pero voy aprendiendo a reconocer que ahí, en la tormenta, también me sigue cuidando. Que Dios no es un Dios blandito para vidas mullidas, sino un Dios encarnado para vidas humanas, un Dios volcado en sus hijos frágiles. Que me hace fuerte en la debilidad, que a veces me alivia en rostros amigos, en bromas familiares o me da la esperanza suficiente para ir tirando –que no es poco–.
¿Qué pasa con Dios en esos momentos de ahogo, de agobio o de tristeza?
Miedo
Aquí, sobre tu pecho, tengo miedo de todo;
estréchame en tus brazos como una golondrina
y dime la palabra, la palabra divina
que encuentre en mis oídos dulcísimo acomodo.
Háblame de amor, arrúllame, dame el mejor apodo,
besa mis pobres manos, acaricia la fina
mata de mis cabellos, y olvidaré, mezquina,
que soy, ¡oh cielo eterno!, sólo un poco de lodo.
¡Es tan mala la vida! ¡Andan sueltas las fieras...!
Oh, no he tenido nunca las bellas primaveras
que tienen las mujeres cuando todo lo ignoran.
En tus brazos, amado, quiero soñar en ellos,
mientras tus manos blancas suavizan mis cabellos,
mientras mis labios besan, mientras mis ojos lloran.
Alfonsina Storni