No sé si a alguien le pasa, pero recuerdo como un momento emocionante cuando escuché hablar del Tratado de Maastricht en 1992, eran unos apuntes fotocopiados y recuerdo que me sentí más grande y libre. El sueño europeo ha tirado durante décadas de los españoles que veníamos de una larga dictadura y todo lo que sonaba a democracia y participación nos parecía que merecía la pena a pesar del sacrificio.

Hoy, varios periodos electorales después, el sueño era llegar a un 50% de participación en las elecciones al parlamento europeo, que tras el Tratado de Lisboa cuenta con más poder legislativo que nunca y donde nos jugamos mucho de lo que pasa en nuestra vida cotidiana: salud, agricultura, justicia, inmigración, etc...

Y sin embargo, el desapego y la desconfianza han ido creciendo, ni siquiera Eurovisión, Erasmus, InterRail o la Champion League terminan de ayudarnos a crear ese sentirse europeos. El tema es que esta es nuestra Europa de raíces cristianas, este es nuestro sueño, que lucha y habla de dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, y este es nuestro futuro, y por qué no legado, en un mundo de problemas globalizados donde los ejes de poder se están yendo de occidente.

En estas elecciones la abstención, el ascenso de los partidos radicales y euroescépticos y el fin del bipartidismo en España han sido parte de la noticia. No seré yo quien haga el análisis político, pero ojalá, y por el bien de todos, sepamos hacer una lectura acertada de los tiempos.

Hoy me emocionó la foto de una mujer desesperada portando un cartel en Tailandia “We want democracy”. Pensé que no éramos perfectos, que esta no era la Europa que soñamos, pero no vale desentenderse y mirar para otro lado, la omisión es también pecado. Y en medio de esta vorágine de datos y resultados, creo que lo que necesitamos es más de la Europa social.